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lunes, septiembre 9, 2024
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Dimensiones de la corrupción y las campañas de sus adalides

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Por Ernesto Acero C.

Al Gobernador de Nayarit Miguel Ángel Navarro Quintero y a su gobierno le atacan las fuerzas de la corrupción. Eso le ha pasado de igual forma a otros gobiernos que han osado atacar la fortaleza de los cleptómanos, los nidos de los roedores públicos.

Era de esperarse cuando empezó a desmantelar las vastas y enloquecidas redes cleptocráticas. Las primeras reacciones se registraron en la esfera legal. Luego se manifestaron en diferentes medios para influir en la opinión pública. Ahora, la corrupción invierte en el proceso electoral de diferentes maneras. Esos ataques provienen de las mismas fuerzas que asedian a otros gobiernos.

Cuando el mandatario estatal decidió emprender una campaña contra la corrupción y contra los saqueadores del estado, sabía que habría consecuencias. Por eso habló de Gobierno Suicida. Porque sabía que los abanderados de la corrupción reaccionarían de manera violenta y por todos los medios a su alcance.

La esfera pública es un excelente espacio donde la corrupción puede tener éxito. Ese “éxito” tiene repercusiones en distintos universos sociales, entre los empresarios, entre los trabajadores sindicalizados y entre los que no lo están. La corrupción daña el espíritu emprendedor de las buenas personas que desean crear empleos, invertir, etcétera. La corrupción daña al trabajador sindicalizado cuando sus “representantes” se benefician sacrificando mejoras para los trabajadores. La corrupción daña a la gente que trabaja al margen de sindicatos, porque se les impide gestionar su propio bienestar.

La corrupción es multidimensional y, por tanto, multifacética. Vemos la corrupción en quienes aceptan candidaturas que no se merecen. Hay corrupción en quienes deben comprar “candidaturas” de una manera u otra, al margen de la lógica estatutaria que debería gobernar la vida interna de las siglas. Hay corrupción en quienes llegan al gobierno con las manos en las bolsas, y que salen del gobierno con las bolsas en las manos. Los rostros de la corrupción son innumerables.

Esa corrupción también se anida en la ambición desmedida. La corrupción tiene dos lógicas también. del que da y la del que recibe: “¿O cuál es más de culpar, / aunque cualquiera mal haga: / la que peca por la paga / o el que paga por pecar?” (Juana de Asbaje dixit). Esa corrupción puede manifestarse también en la esfera pública y en la privada. Ejemplos pueden citarse hasta el hartazgo.

Una de las formas más repugnantes de la corrupción es la simulación de transparencia, de honestidad. A la sociedad se le pretende convencer de que la corrupción se combate, aunque realmente se refuerzan las bases de la misma. En México se han diseñado diferentes mecanismos para combatir la corrupción y esos mismos mecanismos se convierten en aparatos burocráticos que corrompen lo que tocan, al modo del rey Midas.

Se concibió un entramado de aparatos burocráticos para garantizar la transparencia. Lo que garantizan es la apariencia, pero no la esencia. Garantizar la apariencia es garantizar la mentira, es garantizar la opacidad al extremo. Esa transparencia solamente se ha garantizado con voluntad política y con vocación democrática en varios gobiernos ante los que ha reaccionado de manera virulenta la red de los cleptómanos.

Dicen que ni el dinero, ni el amor, ni lo pendejo, se pueden ocultar. Es verdad. Ahora, en el proceso electoral en curso, lo que ya estamos viendo es la inversión de fuertes sumas de dinero en el loco intento de ganar votos a como dé lugar. No son inversiones desinteresadas. Se trata de inversiones que tienen objetivos inmediatos, de corto y mediano plazo. En efecto, la corrupción no tiene largo plazo, porque a largo plazo todos estaremos muertos, sin duda y dicho sea en modo keynesiano.

Insistamos en una de las peores “virtudes” de la corrupción, la capacidad para simular, su propensión a gesticular. Sucede que una de las mejores formas de beneficiarse de la corrupción, es simular transparencia, honestidad. Se han creado aparatos burocráticos para combatirla y han fracasado. Se creó un aparato para hacer la contabilidad sujeta a un modelo unificado: no funcionó y acabó con más burocracia y gasto inútil. Se creó un instituto de transparencia y decenas de “institutitos” en los estados: tienen un costo enorme y un valor sub-cero. Dicho de otro modo: cuestan mucho pero no sirven para nada.

Se han creado organismos para asegurar la competencia y estos cierran las puertas a la competencia y las abren a la incompetencia. Se crearon organismos para vigilar el destino del dinero que se da a los partidos, y no se sabe nada de eso.

En el colmo de los colmos, se creó un sistema anticorrupción que cuesta y que nació podrido, absolutamente corrompido, hasta la médula. Existen mecanismos que pueden asegurar el combate a la corrupción, pero se prefiere crear aparatos costosísimos que le aseguren empleo a los eunucos de la corrupción, a las monas vestidas de seda.

La corrupción tiene fuerza, potencia, tiene poder, tiene dinero, mal habido, pero lo tiene. Esa corrupción es la que ha reaccionado ahora y que se ha apoderado de candidaturas, de siglas, de todo espacio que puede ser útil a la simulación y a la fortaleza de la mentira. Si robarse el dinero del gobierno es su objetivo, es mayor su interés por apropiarse del gobierno.

Para la corrupción y sus adalides, apoderase del gobierno es como apoderarse del cielo mismo. ¡Cuidado, y cuidado para todos! Tal admonición sirve sin excepciones. Tal admonición sirva sin excepciones.

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