**Recibió Víctor Andrés Parra Avellaneda, tepiqueño de 25 años, el Premio Nacional de Literatura Fantástica por la novela de ciencia ficción Cuando las nubes salen a cazar
**Biólogo de profesión, escribe desde niño. Tuvo maestros en ciencias y español que estimularon su imaginación, la pasión por la biología y el lenguaje de las historias
Perfil meridiano | Jorge Enrique González
Es hijo de pintora e ingeniero civil. Su hermano es doctor en sistemas, pero se dedica a la composición musical cinematográfica. Él es biólogo, nació en Tepic y tiene 25 años. La tarde de este martes la Universidad de Sonora le entregó el Primer Premio Nacional de Literatura Fantástica en la categoría de Novela de Ciencia Ficción.
La obra de Víctor Andrés Parra Avellaneda tiene el imaginativo título Cuando las nubes salen a cazar. Es una “novela ambientada en un futuro lejano que sigue la travesía de un robot con inteligencia artificial diseñado para explorar el universo. Tras un fallido intento de encontrar vida en otros mundos, regresa a la Tierra y se encuentra con un planeta radicalmente transformado, donde nuevas formas de vida han reclamado su lugar. Las especies animales han perdido sus propiedades esenciales; parásitos microscópicos reconfiguran genéticamente a sus hospedadores; y un complejo entramado de simbiosis ha dado lugar a bosques móviles que desencadenan guerras climáticas al modificar el curso del agua de las tormentas”, en palabras de la sinopsis oficial del trabajo ganador.
Dos cosas dispararon la imaginación en su infancia: los libros de ciencias y astronomía de su padre y las pinturas oníricas de su madre, que lo mismo representan a peces flotando entre árboles que paisajes marinos con arrecifes de cactus y magueyes.
Con su hermano inventaba historias y con la cámara doméstica de video grababan películas, ellos los actores y directores, de magos, espías, superhéroes enmascarados y, por supuesto, extraterrestres, el tema predilecto.
El televisor de casa era una ventana para asomarse a la ciencia ficción: veía como poseído las películas del Santo y las sagas de Space Opera, como Star Wars, gusto que conserva. En casa de sus abuelos, en formato VHS, consumía los documentales de dinosaurios. La narración de los videos lo llevó a imaginarse explorando vidas exóticas, no en otros planetas, sino en la misma Tierra. Llegó a escribir sus propios documentales. Imitaba a los naturalistas que veía en los videos, sólo que él nomás tenía a sus gatos, a quienes examinaba con ojos de aprendiz de taxonomista.
En Tepic estudió su primaria en dos escuelas: el Centro de Educación Moderna Jean Piaget y en la primaria Juana de Asbaje. Su interés estaba centrado en las ciencias naturales. Participó con un dibujo en el concurso nacional Adiós a las Trampas. Ganó un premio. Fue a recibirlo al entonces Distrito Federal. Luego escribió un texto para participar en un concurso de cuento. El suyo, por supuesto de dinosaurios, fue incluido en una antología infantil con textos de otros niños de la ciudad. Fue su primera publicación literaria, a los 7 años, pero también su primer conflicto editorial. Se molestó con los editores. En su escrito él mencionó a un pterosaurio llamado Ornitocheirus, que en la versión impresa cambió de nombre a ornitorrinco, por ignorancia de los impresores más que por descuido.
Aún en primaria, del gusto de las ilustraciones de dinosaurios de los libros pasó a la lectura. Le impactó una miniserie de Los viajes de Gulliver, de la BBC. Buscó el libro en que se basaba y leyó la novela. Le impresionó tanto que empezó a escribir sus primeras historias. Experimentó con una novela llamada Las travesías nunca contadas de Hernán Cortés, que trata del encuentro del conquistador con los habitantes de la Atlántida en unas islas flotantes. Viajaban por el tiempo y huían, por supuesto, otra vez, de los dinosaurios. Después, ya no pararía de escribir.
En la secundaria, cursada en la escuela 51 Emilio M. González, tuvo la suerte de beneficiarse de una curiosa predilección de la maestra de biología por los mapas conceptuales, que los usaba casi para todo. Él los adoptó como método para desglosar sus temas.
Concluyó la secundaria en el Colegio de Ciencias y Letras, donde tuvo un encuentro con dos maestros que lo marcaron. En química, Alan Javier. En español, Elly Ulloa, quien le dio las herramientas ortográficas y gramaticales, que tanto le han servido.
Continuó la preparatoria en el Ciencias y Letras. Ahí se dio el acercamiento definitivo a la química, la biología, los conceptos básicos de herencia mendeliana, biología celular y evolución. La maestra Marcela Guadalupe lo condujo a otros mundos: la literatura latinoamericana, en especial la obra de Jorge Luis Borges, su favorito.
Así, con todos estos antecedentes, ni para sus padres ni para sus amigos hubo sorpresa: estudiaría la licenciatura en biología. Se inscribió en la Universidad de Guadalajara. La ciencia de los seres vivos, para él, tomó su ruta: microbiología, virología, biología molecular, evolución, inmunología y área biomédica.
Actualmente da los toques finales a su tesis profesional, enfocada en la inmunología del cáncer cervicouterino.
Al inicio de la licenciatura comenzó la profesionalización de la escritura. Fue publicando en revistas, sobre todo en alguna especializada en la ficción especulativa. A partir de eso tuvo contacto con otros escritores, con quienes inició la práctica de la “lectura beta”, que no es otra cosa que una comunidad de pares que ven los propios textos y retroalimentan para mejorar los estilos.
En 2018 fue seleccionado por el Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en Nayarit. Su proyecto consistió en escribir durante 2019 cuentos de ciencia ficción.
“Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que mi formación como autor no ha estado tan marcada por cursos o talleres formales, como suele ser el caso de muchos escritores, sino por la lectura constante, la escritura disciplinada y el intercambio de textos con otros autores. Este proceso me ha permitido explorar nuevas posibilidades en mí. La literatura, como cualquier arte, es un camino difícil, sobre todo para encontrar espacios en los que mostrar tu trabajo, pero los amigos y colegas que he encontrado en el camino han sido un apoyo invaluable”, responde a pregunta sobre su formación en la escritura.
“No puedo omitir a los autores que más me han marcado a lo largo de los años. Figuras como Gerardo Arana, Raymond Carver, Susanna Clarke, Mary Shelley, y, sobre todo, Jorge Luis Borges, Mariana Enríquez, Stanislaw Lem, y Anton Chejov, quienes no sólo han sido una inspiración, sino que me han mostrado que no hay límites para la creatividad en la escritura”, reconoce.
Le pido me describa sus emociones al tomar la llamada telefónica que le notificaba sobre el premio que ayer recibió. Responde: “Durante muchos años me imaginé cómo sería un momento así, sobre todo cuando apenas inicié a escribir y publicar en revistas; pensaba que me invadiría una emoción indescriptible y que saltaría como loco. Sin embargo, creo que con el tiempo he tomado las cosas con más calma, así que, si bien estaba nervioso y emocionado, realmente tomé la noticia con tranquilidad. Quizás un poco con incredulidad, porque lo que más sucede en un premio literario, más a nivel nacional, es que las posibilidades de ganar o incluso de tener una mención, son mínimas, por la cantidad de obras que concursan. Sin embargo, pues contra estas probabilidades que tenía en mente, resulté ganador; me dijeron el dictamen del jurado, las razones por la cual eligieron mi obra como ganadora y los detalles de la premiación”.
La noche de anoche no contestó su móvil a Meridiano de Nayarit. Se entiende. A sus 25 años acababa de recibir en Hermosillo, Sonora, un premio nacional de literatura. Debió andar festejando. No es para menos.