Comprobé que corazón que no mata regresa por la revancha. Hace exactamente tres años me recuperaba del segundo cateterismo. Encadenado a una cama de hospital, cobré conciencia que mi órgano-bomba tenía que moderar su vocación amatoria de alto rendimiento. Al mismo tiempo entendí que igual se rinden corazones locos que cuerdos; que ojos que no ven, corazón que sí siente. Y que ninguna dieta ni el bajo estrés nos hace inmunes a sus puñaladas traperas. Así que al salir del Gómez Farías no tuve más remedio que seguir mi tradición de amar a tontas y a locas. Prefiero hacerlo, con sus consecuencias, pues moriremos por una u otra razón tanto los que tienen corazones como hotel boutique que los que fueron bendecidos con un corazón de más cuartos que un hotel de putas.