No podía ser de otra manera. El América eliminó al Guadalajara del torneo de la CONCACAF. Lo hizo con autoridad y contundencia. No hizo el Guadalajara ningún gol en la serie, si consideramos que el de la ida lo marcó Cáceres en su propia portería.
La tunda es el reflejo de las enormes diferencias entre uno y otro plantel. Alan Mozo, siempre entregado pero ahora también desbocado, se hizo expulsar absurdamente en el comienzo de la segunda mitad. Mozo, al pozo.
A partir de esa tarjeta roja, el América dominó las acciones, paseó el esférico, jugó con la ansiedad de su contrincante, lo maniató, apretó cuando quiso y metió otros tres goles para dar forma a una paliza de escándalo.
Lo que pasa a nivel directivo, tarde o temprano se refleja en la cancha. Al abandono del barco de Fernando Hierro siguió la deserción de su tocayo Gago, par de impresentables que no deberían volver a estos rumbos. Luego, la disolución del comité técnico formado por directivos españoles, la destitución de Oscar García (que solo estuvo tres meses en la institución), el nombramiento de Gerardo Espinoza y la humillación de anoche.
Si a todo eso agregamos la escasa producción del Chicharito, la poca presencia de Beltrán, la falta de contundencia y hasta un episodio ajeno a la cancha como el lanzamiento de una botella de vidrio desde la tribuna, estamos ante un Guadalajara lejano a su grandeza y lleno de asignaturas pendientes.
Por otra parte, la iniciativa presentada ayer por Clara Brugada, jefa de gobierno de la Ciudad de México, equivale a una prohibición de la tauromaquia en la capital. El proyecto busca suprimir la sangre y la muerte del toro en la Plaza México. La politización del tema taurino alcanza su nivel más vulgar y elevado.
Lo único que lograría la iniciativa sería intercambiar la muerte digna del toro en la plaza por su indigno sacrificio en la penumbra de un rastro.
Sin sangre y con la mininización de su peligro intrínseco, la Fiesta perderá su esencia y se acabará imponiendo el animalismo sobre el humanismo, aberrante criterio.