¿Ya viste Adolescencia?, me preguntaron el domingo de forma casual, mientras me describían el contenido de una manera que me provocó una intriga por verlo. Al día siguiente, bastó una noche de desvelo para entender por que esta nueva serie de Netflix se encuentra en la posición número 1 a nivel mundial.
Desde una impecable técnica para ejecutar una historia de cuatro horas en plano secuencial, con actuaciones que seguramente serán premiadas, hasta la crudeza y la crítica con la que plasma a la sociedad británica, la serie televisa presenta un guion hiperrealista con el que buscan concientizar al público inglés sobre la cúspide de los antivalores patriarcales en esta sociedad de los capitales.
La insensibilización y dureza del sistema penal, las fallas en el sistema educativo y el peligro del acoso escolar, el riesgo de la influencia de las redes sociales en la juventud y hasta un reflexivo retrato de lo que es la crianza en una familia promedio forman parte de este audiovisual que está siendo elogiado alrededor del mundo.
La serie exhibe un caso de feminicidio infantil, que, aunque no lo llama como tal por ser anglosajona, nuestro contexto latinoamericano nos obliga a verlo de esa manera. En ella un joven de 13 años es acusado del homicidio de una compañera de su escuela, lo que desata una profunda investigación para entender, esclarecer y brindar justicia por este crimen, que termina consternando al homovidens.
No obstante, el verdadero horror se encuentra fuera de la caja mágica. Basta con dar un par de clics para darse cuenta que de acuerdo con datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y ONU Mujeres, se contabilizan más de 80 mil asesinatos intencionales de mujeres por año, en cuya mayoría de casos el asesino resulta ser pareja sentimental o algún familiar de la víctima.
En Latinoamérica, Brasil y México son los países con el mayor número de casos registrados. Las cifras varían con los años en nuestro país, aunque se han llegado incluso a registrar 10 asesinatos de mujeres diarios. Tan sólo este 2025, durante los primeros dos meses del año, México ha registrado un total de 102 casos de feminicidio y 365 casos de homicidio doloso de mujeres. Lo que significa que prácticamente este año han sido asesinadas ocho mujeres por día.
La palabra feminicidio nació en el mundo anglosajón como femicide una tipificación del asesinato de mujeres tan sólo por ser mujeres. En México, con la activista feminista, Marcela Lagarde, el término adquirió un nuevo sentido, cuando explicó la violencia estructural que existe detrás de este crimen que convierte al Estado en cómplice.
En entregas pasadas, hemos hablado de como la cultura de la impunidad que impregna nuestro país ha originado un desborde de violencia, impulsada por la normalización de la misma. El feminicidio, también es una consecuencia de esta cultura.
En la ficción de Adolescencia, vemos como la sociedad asume un rol expectante en el crimen, ante el espectáculo mediático que se genera. Como los compañeros de escuela de los implicados en el violento hecho, están informados de cosas que la policía pensaba eran confidenciales, y a su vez como la mayoría de los personajes asume con banalidad lo ocurrido, con jóvenes burlándose, maestros preocupados más que nada por el prestigio de su escuela e incluso la molestia de una estudiante que insinúa que la policía está buscando inculpar a su mejor amiga de su propio asesinato.
En la vida real, escuchaba en un podcast como Mya Villalobos, sobreviviente de un ataque feminicida, narraba con tristeza como le dolió el hecho de leer su noticia, y darse cuenta que había comentarios como: “¿Algo hizo que se lo busco?”, “Ah ¿Pero quieren novio con carro y dinero?”. Un reflejo cada vez más común en las redes sociales que define la normalización de la violencia y la impunidad que muestra nuestra sociedad.
Por cierto, a diferencia de la ficción de Netflix, en el caso de Mya Villalobos su agresor quedó libre por ser menor de edad, ya que el hecho sólo pudo ser juzgado como violencia familiar y lesiones. Ante este caso se ha impulsado una reforma legislativa para que se puedan juzgar los delitos de tentativa de homicidio y feminicidio en menores de edad.
Debemos recordar, que más allá de la edad, en muchos estados los procesos judiciales fallan a la hora de tipificar el delito feminicida, quizá por eso, durante este año sólo dos de cada diez asesinatos de mujeres se han procesado bajo esta figura. Esto sin olvidar que en México, 9 de cada 10 delitos no son denunciados o no se inicia una carpeta de investigación, de acuerdo con las cifras de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública del INEGI.
De vuelta a la ficción, la serie encuentra su clímax en el capítulo 3, mostrando durante 50 minutos el diálogo entre una especialista en psicología criminal y el feminicida. Durante este capítulo que se convierte en una mezcla de sentimientos gracias a las admirables actuaciones en pantalla, se da a conocer los motivos por los que se cometió el atroz crimen.
En la mente del asesino, se observan los vestigios que el sistema patriarcal ha colocado en nuestros cerebros durante años, pero en esta ocasión se trata de alguien que no cuenta con la suficiente madurez mental para ser un adulto, pero si para comprender el aberrante acto del que fue participe.
La narrativa que sigue la serie, se alinea a la espiral de significación que ha encontrado mayor aceptación en la causa feminista, que es el de la dominación sexual. Un espiral de significación eleva el peligro que significa un hecho o un símbolo acción al mismo nivel que otras situaciones de mayor riesgo, como decir que el acoso es equivalente al feminicidio. Esta postura extremista, busca causar reflexión sobre la violencia de la mujer, pero en el contexto machista suele ser malentendida, a tal grado que en la serie televisiva se observa como el asesino justifica su crimen diciendo: “Tuve la oportunidad de tocarla (sexualmente), pero no lo hice”.
De regreso a la realidad, aunque la espiral de significación de la dominación sexual suele ser la más aceptada a nivel mundial no debe ser la única. En Nayarit, en lo que va del año, se han registrado oficialmente siete casos de feminicidio, dos de ellos lamentablemente ocurrieron apenas en la semana que transcurre. Uno de los casos del que más se ha obtenido información fue el registrado en Vistas de la Cantera, en el que una mujer identificada como Mayra Rocío fue asesinada por José Juan, su pareja sentimental, con quien mantenía seis años de relación.
De acuerdo con los reportes iniciales, la acalorada discusión que desencadenó el feminicidio tiene su origen en un reclamo económico. “Todo lo que tienes es por mí y gracias a mí”, habría dicho el presunto feminicida antes de perpetrar el terrible crimen. El periodista Oscar Verdín Camacho informó ayer que testigos de los hechos, afirmaron que en repetidas ocasiones la pareja discutía por cuestiones monetarias.
La violencia económica también resulta preocupante en México. Según los datos del INEGI, 3 de cada 10 mexicanas afirman haber sido víctimas de esta violencia en algún momento de su vida. Sin embargo suele ser una violencia que pasa desapercibida, ¿Qué habrá sido de Mayra si hubiera entendido la violencia que sufría como un espiral que la llevaría al fin de su vida?
Claramente, la culpable no es Mayra, sino José Juan. Y en todos los casos de feminicidio, el responsable es el que asesina. Curiosamente en la nota de Oscar Verdín, se lee que Mayra Rocío asistía a terapia psicológica, pero y ¿José Juan?
A bote pronto podemos deducir que las lecciones que nos dejan la ficción y la realidad feminicida, es la necesidad que tenemos los hombres de repensar nuestras masculinidades y cuidar nuestra salud mental. Entender las narrativas de género y romper con las tradiciones machistas, que siguen llenado de sangre nuestra sociedad. Pero sobre todo buscar concientizar a las futuras generaciones, sobre los males que nosotros no pudimos evitar, para quizá así el día de mañana, nunca más escuchemos un “otro caso” o “ya son muchos” al hablar de feminicidios.
EN DEFINITIVO… En México existe una epidemia de silenciosa que tiene cimientos en la educación y la salud mental. La reconstrucción del tejido social sigue siendo materia pendiente. Mientras en las escuelas se trabaja por generar conciencias con perspectiva de género, en el sector salud aún no se ven campañas que promuevan un verdadero impacto en la concientización de estar mentalmente sano. ¿De la atención psicológica gratuita brindada por el estado?. Mejor ni hablamos.