La pretensión de estas “palabras” se podrían expresar en términos kantianos, como una búsqueda de las condiciones filosófico-teológicas de posibilidad de los dichos y hechos del Papa Francisco y, en términos poético-espirituales como una osada incursión rumbo a la “eterna fonte que mana y corre aunque es de noche”…
Entre las fuentes filosófico-teológicas remotas de los dichos y hechos del Papa Francisco se encuentra el pensamiento de los jesuitas Miguel Ángel Fiorito y Juan Carlos Scannone, quienes, a su vez, en las obras del jesuita francés Gaston Fessard y del filósofo ―también francés― Maurice Blondel.
Sin embargo, la condición de posibilidad fundamental de sus palabras y acciones está constituida por la idea de tensión polar [“Gegensatz”] acuñada por Romano Guardini y que define como “la relación especial en que dos elementos se excluyen el uno al otro y permanecen, sin embargo, vinculados e, incluso, se presuponen mutuamente”.
Francisco ―considera Massimo Borghese― asume esa idea guardiniana de manera original y creativa, proponiendo principios que las rigen: el tiempo es superior al espacio; la unidad es superior al conflicto; el todo es superior a la parte y la realidad es superior a la idea y expresando su manera de entender esas tensiones polares con estas palabras: “La oposición abre camino, una calle para recorrer. Hablando en general debo decir que amo las oposiciones. Romano Guardini me ha ayudado con un libro suyo importante para mí sobre la oposición polar. Él habla de una oposición polar en la que los dos opuestos no se anulan. Tampoco sucede que un polo destruya al otro. No hay ni contradicción ni identidad. Para él la oposición se resuelve en un plano superior. Sin embargo, en la resolución se mantiene la tensión polar. La tensión permanece, no se anula. Los límites han de ser superados sin negarlos.”
Esta idea de tensión entre polos que se oponen y que en su dinámica no se anulan ni destruyen, sino que se resuelven en un plano superior porque son contrarias [por lo que pueden convivir de alguna manera], no contradictorias, [lo que obligaría a elegir uno de los dos polos y descartar el otro…].
Probablemente, en el contexto eclesial e histórico-global en que vivimos y en la que parece inevitable tener que optar por uno de dos polos contradictorios, la tensión polar más significativa de las que sustentaron las palabras y las acciones de Francisco, sea unidad-conflicto, la tensión polar que es para Francisco “la clave última de interpretación de todas las polaridad sociales, políticas, eclesiológicas, teológicas, filosóficas, existenciales”.
“Considerar las contraposiciones [así denomina Francisco las tensiones polares] como contradicciones es fruto de un pensamiento mediocre que nos aleja de la realidad” sostiene Francisco en las conversaciones que sostuvo con Austen Iveregh, a lo que se podría agregar una expresión que bien podría suscribir la tradición diplomática mexicana: Considerar las contraposiciones como contradicciones hace inviable e imposible la solución pacífica de los conflictos…
Ahora bien, negar o destruir uno de los polos no es el único riesgo que corren las tensiones polares de cualquier tipo. Existe, al menos, otro ―señala Francisco― que también impide el surgimiento de una resolución en un plano superior: negar las tensiones polares y actuar como si no existieran…
Es verdad, la tensión polar unidad-conflicto ―guiada por el principio “la unidad es superior al conflicto”― parece ser la más ilustrativa y sugerente en los tiempos de la polarización. Sin embargo, no es la más original de las que contempla el Papa Francisco, ni su aporte más relevante al tema.
Su tensión polar más original es “realidad-teoría”, guiada por el principio-convicción “la realidad es superior a la teoría” y se puede afirmar que las otras tensiones polares que propone [tiempo-espacio; globalización-localización, unidad-conflicto e inmanencia-trascendencia] encuentran su razón de ser en su capacidad para entender y en su contribución para mejorar la realidad.
Por otro lado, su aporte más original y fecundo se encuentra en la categoría “desborde”, que “resuelve [la tensión polar] en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna”, como lo afirma en la “Exhortación Apostólica Postsinodal Querida Amazonia”. “la salida se encuentra por “desborde”, trascendiendo la dialéctica que limita la visión para poder reconocer así un don mayor que Dios está ofreciendo. De ese nuevo don acogido con valentía y generosidad, de ese don inesperado que despierta una nueva y mayor creatividad, manarán como de una fuente generosa las respuestas que la dialéctica no nos dejaba ver.
Esta categoría ―sostiene David Antonio Pignalitti― es tomada por el Papa del lenguaje bíblico y es capaz, por tanto, de guiarnos hacia “la fonte eterna que mana…”.
“’Desborde’ ―afirma Francisco en “Soñemos juntos”― es una posible traducción del vocablo griego “perisseuo”, el término usado por el salmista cuya copa rebosa con la gracia de Dios en el Salmo 23. Es lo que Jesús promete (Lucas 6, 38) que se derramará sobre nosotros cuando perdonamos. Es el sustantivo que se usa en el Evangelio de Juan (Juan 10, 10) para describir la vida que Jesús vino a traernos, y el adjetivo de San Pablo (2 Corintios 1, 5) cuando habla de la generosidad de Dios. Es el mismísimo corazón de Dios que se desborda en esos famosos pasajes del padre que corre a abrazar al hijo pródigo, el anfitrión de la boda que sale a buscar invitados de los caminos y los campos para su banquete, la pesca sobreabundante al amanecer que rompe las redes después de una noche de pesca infructuosa o Jesús lavando los pies de sus discípulos la noche antes de morir”.
Aunque en este contexto no se menciona, parece ser que la tensión polar inmanencia-trascendencia aplicada por Guardini a la interioridad y exterioridad presentes en los seres humanos, es capaz de mostrar el “plus” de la trascendencia de lo real y, en último término, lo sacral como resolución, en un plano superior, de polaridades en pugna. En este caso, entre amor y justicia, ternura y vigor, vida eterna y vida terrena, gracia y naturaleza, tiempo y eternidad que se encuentran en el instante kierkergaardiano que transparenta la eternidad y en el que el más grande se hace pequeño y muestra así, tierna y amorosamente, su grandeza infinita y forma, “de repente, los ojos deseados” que llevamos en las “entrañas dibujados”, tal como lo hizo en un instante que se pierde en el tiempo en el caso de Francisco hasta convertirlo en sacramento ―signo eficaz― de su Ternura Infinita en un mundo ecocida, fratricida, sororicida y deicida, porque ―parodiando a San Juan [Juan 3,2]― “nadie puede hablar y actuar así, si no ha experienciado una tierna teofanía trinitaria, porque la Ternura es el estilo de Dios…