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sábado, junio 14, 2025
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Conferencias y banqueteras

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Las nuevas formas de convocar a las conferencias de prensa han sido una bendición para mí en mi etapa de director de este diario. A las decenas de jefes de comunicación social de los poderes estatales y demás niveles de gobierno, así como de otras instituciones u organizaciones empresariales o ciudadanas, no los conozco ni he recibido de ellos una llamada para gestionar la información que generan, salvo unas seis ocasiones. Dispersan la información de manera masiva e impersonal en grupos de WhatsApp, igual que las invitaciones a conferencias y encuentros con sus jefes y jefas. Es un método que me deja a salvo de asistir a decenas de eventos informativos semanales. Y eso, créanmelo, lo agradezco de manera infinita.

Cuando un reportero o articulista acude a una conferencia de prensa, para algunos un método arcaico para el interés de los medios, el evento se transmite en tiempo real a través de las redes sociales. Si es de interés para alguien lo ve en el mismo momento o minutos después, puede transcribirse y leerse en cuestión de segundos, o algún medio digital da cuenta de ello en dos insípidos párrafos que mencionan al funcionario que declaró y una generalidad que nada aporta. Pero en cuestión de minutos el círculo se cierra y poco o nada se hace posteriormente, salvo replicar el comunicado oficial. El reportero prefiere no redactar una nota, porque el medio preferirá el boletín.

Antes de la aparición y dominio de las redes sociales, el trabajo del reportero era esencial para propagar los dichos de los titulares de los poderes y los encargados de la estructura administrativa. Hoy, la creencia de todos, de informantes e informadores, coincide: “Si ya se publicó en redes, nada más hace falta”. Entonces hay que editar fragmentos de los discursos  para radio, televisión y prensa escrita. La cultura de la inmediatez y fugacidad ha hecho a los periodistas meros replicadores acríticos de palabras dichas por otros, sin aportar nada. No llegan a historiadores del día o las horas anteriores, porque les falta el método. Dejaron de ir a ver y oír y regresar a sus medios para contar lo que sus oídos y ojos registraron para enriquecer la visión de sus radioescuchas, televidentes o lectores.

Los jóvenes comunicadores oficiales han egresado de universidades, donde tal vez el riguroso estudio y la ciencia moderna les mostró que sus nuevos métodos son los correctos. Para mí ha sido un alivio no tener que pasar la mitad de mi día asistiendo a las llamadas conferencias o ruedas de prensa. La información generada en esos ejercicios o en las entrevistas “banqueteras” se divulga de manera instantánea.

Como el café soluble, mañaneras, conferencias y banqueteras tienen sus bondades, pero apenas cubre una parte de lo que los medios están obligados a hacer llegar a sus públicos: lo que el poder desea informar. Falta lo que los consumidores de información tienen interés en conocer tanto sobre los que  ejercen el poder como sobre los propios ciudadanos o lo que ellos mismos quieren expresar.

Equilibrar lo que debe aparecer en los medios de comunicación formales, tanto en las plataformas tradicionales como en las digitales, no es tarea de los gobiernos sino de los informadores. Los consumidores de noticias ejercen sus simpatías o rechazo con las reacciones en las redes sociales de los propios gobernantes y de los medios.

El mundo digital ha dado severos golpes al poder y a los medios, pero al ciudadano le entregó un poder inédito. Reacciona en tiempo real y sin filtros ante sus gobiernos y ante los medios, unas veces con razón, otras sin ésta; respetuoso en ocasiones, ofensivo con regularidad. Indiferente casi en todo en lo que respecta a la política y su expresión periodística. Es algo que nos cuesta aceptar: a la política y al periodismo nos queda mucho camino por recorrer para ofrecer contenidos que interesen, informen y sean útiles a nuestros públicos, que están casi todas las horas del día y la noche al frente de una pantalla, sobre todo la de su teléfono móvil.

Sólo evitemos confundirnos. No porque a una mayoría le gusten los chistes o el color amarillo, nos dediquemos a contarlos o pintar todo de ese color. La tarea del poder y del periodismo es gestionar el interés público y ser testigo confiable del presente, respectivamente. No más. Tampoco menos.

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