Por Ernesto Acero C.
En la esfera de lo público parece imperar la idea tolemaica. El mundo parece plano, dividido en dos, sin siquiera un mundo de transición. Es más fácil pensar así. Imaginar el mundo en su enorme diversidad, complica las cosas. Pero pensar el mundo de manera plana, tiene graves consecuencias. Consecuencias y costos, para todos, no para unos cuantos.
La idea de izquierda y derecha se remonta a la forma en que se colocaban los dos bandos de la Asamblea Nacional en Francia en el siglo XVIII, era geometría euclidiana, plana. Eran posiciones que representaban intereses distintos, aunque de manera simplista podríamos señalar que a la derecha se sentaban las expresiones conservadoras, asociadas con las estructuras feudales o semifeudales, y a la izquierda, la naciente burguesía, progresistas.
Hace más de cien años, a principios del siglo pasado, Einstein sostenía en su obra más reconocida, que “Seguro que también tú, querido lector, de niño entablaste conocimiento con el soberbio edificio de la Geometría de Euclides y recuerdas, quizá con más respeto que amor, la imponente construcción por cuyas altas escalinatas te pasearon durante horas sin cuento los meticulosos profesores de la asignatura. Y seguro que, en virtud de ese tu pasado, castigarías con el desprecio a cualquiera que declarase falso incluso el más recóndito teoremita de esta ciencia”. Se refería a la resistencia que se observa ante las ideas nuevas. Todo lo nuevo es incorrecto para quien está sentado en el umbral de la ciencia y la sabiduría plena.
Por eso es que resulta tan complicado convencer de la caducidad de algunas formas de organizar el horizonte de la política. Esa vieja costumbre de dividir en dos bandos el mundo de las cosas públicas, entre izquierda y derecha, quizá facilite la forma de analizar la realidad.
Es por eso que cuando uno, desde la perspectiva de Euclides, observa el mundo como algo plano, entra en conflicto con ideas como la de Einstein. Para el científico quizá más conocido en todo el mundo, espacio y tiempo no son planos, sino curvas que tienden al infinito. Para uno imaginar el universo curvo no es tan difícil, pero imaginar el tiempo sujeto a esa misma curvatura, eso ya es otra cosa. Imposible, además, de desligar a uno del otro, son una dicotomía einsteniana, binomio inseparable.
Por eso les resulta tan complicado a ciertas personas, imaginar un mundo de lo público más allá de las dos dimensiones: izquierda y derecha. Es el pensamiento euclidiano, propio para quienes consideran que el mundo es plano, como se pensaba en tiempos de Cristóbal Colón.
La división en dos existe como proceso de multiplicación celular, entre otras cosas, pero el universo no se somete a esa regla. En la realidad, cada integrante de ese bando, izquierda o derecha, conservador o liberal, sencillamente poseen su propio interés que les garantiza su mismidad política.
Pensar en blanco y negro lleva a suponer que el siglo XIX en México fue dividido en dos hemisferios, uno de los liberales y el otro de los conservadores. Pero ni unos ni otros se comportaron en los términos que implica la pureza de las definiciones. La multiplicidad es la característica esencial en un país de negritud, de migraciones chinas, de presencia vasta de españoles y de pueblos originarios con su propia multiplicidad.
Pensar a México en términos binarios, ha resultado un fracaso. El sistema binario, cierto, facilita los procesos de razonamiento, pero tales formas de pensar quedan fuera de la compleja realidad. Actuar en la esfera de lo público en términos de dos elementos, sin duda lleva al fracaso, a la confrontación, al choque sin sentido y sin efectos favorables.
En política, los choques entre dos bandos derivan en la perdida de los dos bandos, los dos pierden parte de sus activos. Es muy difícil pensar o asegurar que alguno de los dos bandos gana en los choques. En política, la confrontación deriva del fracaso de la política, es cuando la política deja de ser política.
Los aventureros de la política suelen atreverse a buscar el conflicto, a provocarlo. Para esos trotamundos, vagabundos de la política, es sencillo y hasta les resulta divertido generar el conflicto. La esfera de lo público, para ellos, es diversión, pero dado que no entienden mucho de lo que mueve a esas esferas, optan por dividir el mundo en dos: progresistas y retrógrados, Montescos y Capuletos.
De ahí la división del mundo entre izquierdas y derechas. Esa división facilita comprender el mundo, como la geometría euclidiana. Es más sencillo y descansado pensar en un mundo plano, que en un universo integrado por un binomio indisoluble, curvo e infinito. Por eso en política, para algunos resulta sencillo pensar en izquierda y derecha y no en esa multiplicidad que complica los razonamientos y la comprensión misma del universo social.
Ya Ortega y Gasset había despotricado contra esa forma de “pensar”, de evitar hacerlo (pensar) o de comprender el mundo. Tanto José Ortega y Gasset como Jean Paul Sartre prefirieron el razonamiento complejo en lugar de un pensamiento bidimensional. Uno hablaba de hemiplejia moral y el otro de un cajón de sastre.
Cuando Einstein habló de una cuarta dimensión, el tiempo, lo que levantó no fueron ejércitos de seguidores, sino oleadas de risas. El tiempo y el pensamiento complejo finalmente se impusieron. Hoy, las risas son levantadas como carreta por camino polvoriento por quienes hablan de 9, de once dimensiones, y aluden a multiversos y cuerdas que tiemblan como parte esencial de lo que existe. De la misma manera, salir de esa forma de pensar el mundo, en dos dimensiones políticas, parece ser (ahora sí), políticamente incorrecto. La moda parece ser hablar de izquierda y derecha, incluso a pesar de que ni siquiera se tenga la menor idea de lo que se habla.
Es verdad que concebir al mundo en una existencia bidimensional, facilita su comprensión, pero lo hace del mismo modo que concebir un mundo plano cargado por paquidermos viajando en el lomo de un quelonio que su vez, flotaría en un mar inmenso. Pensar el mundo, intentar entenderlo en su enorme complejidad, en su multidimensionalidad, no es nada sencillo, pero ese es un reto que ya se aborda desde hace tiempo.
Pensar en términos de izquierda y derecha es tan sencillo como pensar que el mundo es plano. Pensar en izquierdas y derechas en el mundo de lo humano, facilita entenderlo, aunque con enormes costos para las personas. Costos que derivan de confrontaciones, de polarizaciones en las que “los de abajo”, siempre pagan los mayores costos. Vale la pena intentar ese salto del pensamiento, que va de la visión binaria, a la visión de las multiplicidades.