Por José Luis Olimón Nolasco

Soy plenamente consciente que con el paso del tiempo, es importante asumir el “nunca más” de la relación con quienes han muerto y, sin embargo, en esta coyuntura del cuarto aniversario de la muerte-pascua de mi hermano Manuel, he decidido, una vez más, abrir un espacio para expresarse, para “escuchar su voz” a través de un escrito de particular relevancia: el discurso que pronunció el 8 de noviembre de 2011 en la ceremonia de su ingreso a la Academia Mexicana de la Historia con carácter de corresponsal, el cual llevó por título el que he dado a estas palabras: “Voces y silencios de la Historia de Nayarit”.

Como solía hacerlo, Manuel comienza su alocución con referencias personales a su primer contacto “en vivo” y su “primer diálogo con alguien cuya dedicación era la historia”: Don Salvador Gutiérrez Contreras y el inicio de la que sería su biblioteca personal de historia, a su decisión de combinar en su vida el sacerdocio y la historia, a su formación en el ámbito de la historia en la Pontificia Universidad Gregoriana de la “Ciudad Eterna” y a los temas en los que se ha concentrado su investigación y sus publicaciones: “las relaciones complejas entre la Iglesia y el Estado dentro de la inacabada modernidad de nuestros siglos XIX y XX”.

Las páginas siguientes —apenas descubiertas en el Tomo LII de las Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, junto con la breve respuesta de la Dra. Josefina Zoraida Vázquez— nos permiten asomarnos al devenir de “un entorno natural contrastante que es a la vez don y tarea, solución y problema: el mar -el vasto y casi siempre amable Océano Pacífico—las tierras del altiplano y la serranía” que constituye la base geográfica en la que se “fincó”, por “un accidente político” “el actual territorio de Nayarit y antes el territorio de Tepic y el Distrito Militar del mismo nombre”.

A este respecto, escribe Manuel: “Fueron la afiliación a las corrientes centralistas y conservadoras, la expansión de la economía preindustrial e industrial, ambiciones internacionales y la pertinacia de la resistencia indígena a la implantación de las instituciones liberales encabezada por el legendario Manuel Lozada, “el tigre de Álica”, las que forzaron la separación de Jalisco en 1867.

En ese sintético recorrido, se puede encontrar una amplia bibliografía relativa a cada una de los componentes de ese entorno natural en las diversas etapas de su devenir y, por supuesto, sus posturas historiográficas críticas, de cuño propio y no, como las interpretaciones que pretenden forzar los hechos “a caber en cuadros rígidos de ‘historia nacional’ o en la dialéctica de ‘héroes y villanos’. Y, más concretamente, a la pretensión de “situar geográfica y cronológicamente en la isla de Mexcaltitán la ‘cuna de la mexicanidad’, los “prejuicios antihispanos, la idealización de las culturas antiguas o su confusión con un ‘gran imperio azteca’ así como el acento en la crueldad sanguinaria y metálica de la conquista” o “la ideología folklorizante, fomentada sobre todo en los años de las presidencias de Luis Echeverría y José López Portillo.

En relación con la costa y la mar, el texto nos remite cinco mil años atrás, a vestigios arqueológicos que “apuntan a asentamientos humanos en la costa —el antiquísimo ‘complejo Matanchén”, cerca de San Blas, al más ambicioso proyecto marítimo —grandioso, aunque imposible—, obra del impulso borbónico, iniciado con la fundación del Puerto de San Blas en 1768 y a “las expediciones hacia el Pacífico del Norte en los años finales del siglo XVIII, que tocaron las costas actualmente canadienses y de Alaska”.

En cuanto a “las tierras del altiplano”, el discurso de ingreso nos remite a la “desamortización de los bienes comunitarios“ —en su inmensa mayoría de comunidades indígenas, ayuntamientos y cofradías laicales—, surgida de “la necesidad de insumos para la industria internacional y el liberalismo económico”, a la “cuestión agraria” “honda, persistente y discutida, dramática y amarga en la valoración que ha superado la retórica de “los logros de la revolución mexicana”, así como a “la figura del General Leopoldo Romano, Jefe político del territorio de 1885 hasta su muerte acaecida en 1897 [que] se vincula íntimamente a la historia política y social de la región, a la consolidación de su economía y comercio y a la agudización de los problemas sociales”.

De la “serranía”, escribe: “Sitio aparte en la historiografía y en ciencias afines como la etnología, la lingüística y la antropología cultural tiene la región serrana nayarita y jalisciense, objeto, además, en el siglo XX de los vaivenes de las políticas y planes ‘indigenistas’.” En este tema específico, Manuel sostiene que “el comienzo y las líneas históricas de su ocupación por las etnias cora y huichol tienen todavía enigmas” y que, es preciso “evitar, como lo notó Meyer ‘la aztequización’ de los huicholes realizada por Konrad Preuss”.

Concluye el multicitado discurso con referencias a “esa maravillosa ‘linterna mágica’ para iluminar lo cercano y entrañable”: la microhistoria. Ahí, se “pasa revista” al “viejo señorío de Xalisco”, Tepic, Santiago Ixcuintla y “Xala”, ese pueblo cercano al volcán del Ceboruco que “sirvió de lámpara al universitario y poeta novohispano Bernardo de Balbuena, párroco de San Pedro Lagunillas a finales del siglo XVI y principios del XVII, a donde llegó, como párroco, al volver a su tierra de adopción —Nayarit— después de más de una veintena de años en su tierra natal, la Ciudad de México.

En su respuesta al discurso inaugural de Manuel, la doctora Vázquez se refirió a esa momento fundante de la visita a Don Salvador Gutiérrez Contreras, a sus extraordinarias oportunidades de formación que le dieron bases firmes para el oficio de historiar, y, habiendo reconocido su ignorancia sobre la provincia, afirmó: “Para los interesados en terminar con la versión de la historia nacional desde el punto de vista del centro, la revisión que don Manuel nos ofrece sobre la historiografía de Nayarit resulta de utilidad. Su análisis nos da oportunidad de utilizarla para incorporar nuevas vistas parciales que permitirán ir completando el rompecabezas del pasado mexicano” y concluyó, diciendo: “esta noche, en nombre de todos los miembros de la Academia Mexicana de la Historia, tengo el gusto y el honor de darle la bienvenida como miembro corresponsal de esta Academia Mexicana de la Historia”.

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