Por Jorge Enrique González
Cumplí hasta la saciedad el compromiso de rescatar nuestras tradiciones. He visto los más variados altares de muertos. Fui cuanto pude a Michoacán, reinventor del amarillo en noviembre. Anoche repasé infinitas ofrendas, indeleble en la retina la mezcla de colores luminosos y fúnebres. Saturado ya, no veré más altares ni vendré al mío como acostumbran los muertos mexicanos, según la tradición. No pienso volver a la vida porque cuando muera moriré a rienda suelta. Pero si en el más allá lo políticamente correcto es seguir siendo orgulloso mexicano y es forzoso estar por acá el Día de Muertos, pido a los míos un altar sencillo: sábana blanca y sobre ella un trozo de canela, que algo tiene de ambas el discreto aroma de la mujer que amo. Ni vivo ni muerto necesito más.