Los días que no tengo clases, a una relativa “hora prima”, una de mis primeras actividades del día consiste en revisar las páginas electrónicas de los principales medios impresos de circulación nacional [una costumbre por cierto que se me hizo habitual porque presentarle una síntesis de las primeras planas nacionales y locales y de las principales páginas editoriales y de análisis al Presidente en turno de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos para el Estado de Nayarit era una de mis quehaceres cotidianos].

Pues bien, el lunes 9 de enero, al entrar al portal de “La Jornada” me encontré con una nota que me impactó: la muerte del sacerdote dominico Miguel Concha Malo —algo nada extraño puesto que el “Padre Concha”, como se le conocía generalmente, colaboró en ese diario desde su nacimiento y, previamente, en su antecesor, el “Uno más uno”— y con un amplio artículo de Luis Hernández Navarro titulado “Miguel Concha, un hombre bueno”, que comienza con unas palabras que sintetiza la misión de este sacerdote de la Orden de Predicadores fundada por Santo Domingo de Guzmán y de la que fueron miembros, entre otros, Santo Tomás de Aquino y Fray Bartolomé de Las Casas: “Fray Miguel Concha Malo fue una figura central en el proceso de formación, expansión, consolidación e incidencia política del movimiento por los derechos humanos en México”; en cuyo cuerpo desarrolla algunos aspectos relevantes de su aporte a la causa de los derechos humanos en nuestro país, y que concluye con otras palabras, cargadas de sentido y con un alto nivel de respeto, admiración y verdad: “El legado de Miguel Concha en el terreno de la defensa y la construcción de una cultura de los derechos humanos en México es monumental. Él fue, sin lugar a dudas, uno de los imprescindibles. Fue, además, un hombre bueno en un mundo que no lo es”.

En la página de Facebook “Dominicos.MX —no así en la página oficial de la Provincia Mexicana de la Orden de Predicadores— se publicó una breve semblanza del P. Concha en la que se precisa el Convento de San Alberto Magno en el Centro Cultural Universitario —sito a unos pocos metros del campus de la UNAM— como el lugar de su “llamado a la casa del Padre” y en el que se le menciona como cofundador del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria [se dice que se opuso a que se llamara Fray Bartolomé de las Casas, por considerar que ese nombre era “propiedad” de los chiapanecos], como miembro de la Sección Mexicana de Amnistía Internacional y del Consejo Ciudadano de Unicef, así como ganador del Premio Nacional de Periodismo en 2003.

El contar con una mañana libre de compromisos, me dio la posibilidad también de participar en la celebración eucarística previa a su cremación, en la que, más allá de subrayar la fuente evangélica y la fidelidad al carisma de la orden dominicana de todo lo que hizo y construyó a lo largo de su vida, emergió el lado humano-familiar de Fray Miguel, cuando su hermano Juan, en una breve alocución de agradecimiento, habló de su hermano Miguel como el tercero de ocho hermanos, el niño travieso que se quebró un brazo, a quien mordió el perro, quien chocó el coche de su papá, de quien nunca pensaron que se haría cura… y lo fue hasta su muerte y quien fue, ante todo, un hombre libre que siempre buscó la verdad.

No es extraño tampoco, encontrar una diversidad de esquelas con ocasión de su fallecimiento: de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, de la Secretaría de Gobernación, de la Conferencia del Episcopado Mexicano, de la Arquidiócesis Primada de México, de la Universidad Iberoamericana, de las Facultades de Filosofía y Letras y de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, ni que se haya hecho mención de su muerte en “La mañanera”.

Ahora bien, la figura del “Padre Concha”, del Centro Universitario Cultural [a unos pasos del departamento del ahora Presidente de la República, en Copilco], de la Parroquia de San Alberto Magno y del Templo de Santa María de la Anunciación ha traído a mi memoria, recuerdos…

De la participación en las misas dominicales con mi hija Ana en su carriola; de mi matrimonio eclesiástico con Martha mi esposa en una pequeña capilla anexa a ese templo, y de esos meses en que Martha trabajó en el CUC como secretaria del P. Miguel, disfrutando y padeciendo con la redacción de sus artículos semanales para La Jornada: disfrutando por pasión que ponía en ellos; padeciendo, por el perfeccionismo del dominico que, además, tenía que “tejer fino” para evitar, en la medida de lo posible, dificultades con el gobierno o con el ”alto clero”…

A manera de botón de muestra, entresaco de uno de sus últimos artículos—el último de ellos publicado dos días antes de su fallecimiento— algunas palabras…

En su artículo del 24 de diciembre, habla de Jesús como alguien “que se encarna en la historia entre las y los más humildes”; quien “sigue siendo motivo de inspiración para muchos cristianos y no cristianos que ven en él una lucha comprometida por la paz con justicia y dignidad” y quien “inspiró y acompañó el trabajo decidido por la paz de los compañeros jesuitas Javier Campos SJ y Joaquín Mora SJ hasta el momento en que fueron asesinados en Cerocahui”, y cita el comunicado que centenares de organizaciones sociales publicaron seis meses después de esos asesinatos: ““lo acontecido en Cerocahui es una muestra de lo que se sigue viviendo en el país, ya que de enero a octubre de este año se han registrado mil 710 asesinatos en Chihuahua y 26 mil 119 en el territorio nacional”.

Y del último, publicado dos días antes de su fallecimiento, sus últimas palabras a propósito de la elección de Norma Lucía Piña Hernández como Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: “Que este logro histórico sea una oportunidad de cambio y transformación social para una justicia donde quepan muchas justicias, y para la construcción de un país más digno, justo y en paz”.

Por todo ello, las palabras que dan nombre a este artículo —originalmente dirigidas al Hijo—, aplican perfectamente a este “hijo amado” en quien Dios también se complace y quien debe haber escuchado algo así como: “Ven, bendito de mi Padre, a recibir el Reino preparado para ti desde la creación del mundo, porque violaron mis derechos en los más pequeños y me defendiste”.

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