Un barco de la Armada llegaba todos los jueves a Islas Marías. En la infinitud del mar, la pálida imagen del transporte era la esperanza luminosa: los marinos traían víveres, visita y cartas. Cartas de liberación y cartas personales. Sobra decir que casi todos los colonos privados de su libertad vivían cada segundo en espera de las primeras para regresar al añorado continente. Pero todos esperábamos con emoción desbordada las cartas de nuestros seres amados, unas abundantes, otras telegráficas. De mi madre Margarita recibía al menos tres urgentes dando detalles de la vida en Tepic y diciéndome de mil maneras que me amaba. Años después nos sentábamos para ir rompiendo las viejas cartas que sólo a nosotros nos importaban y que eran ya piezas de museo o tal vez simplemente cambiaron de nombre.