El pasado viernes 14 de julio, en la Santa Iglesia Catedral —tras una convocatoria poco difundida y sin notas informativas oficiales— se celebró una Eucaristía [etimológicamente = acción de gracias] de los integrantes de la generación 1973 del presbiterio diocesano de Tepic, en la que concelebraron los cuatro sobrevivientes en el ejercicio ministerial de esa generación: Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de México; Mario Espinosa Contreras, Obispo de Mazatlán; Miguel Ignacio Iglesias López, Párroco de San Juan de Abajo y Vicente Saúl Cortés Ibarra, Párroco de Bucerías.
En dicha celebración, se hizo una breve mención de tres miembros de esa generación que han fallecido: Gonzalo Gutiérrez Vázquez, Miguel González Valencia y Manuel Olimón Nolasco. [Si la memoria no me engaña, debió haberse mencionado también a José de Jesús Torres Gasca, un integrante más de la mencionada generación. La omisión de los presbíteros Silvestre Martínez y Javier López por haber dejado de ejercer el ministerio sacerdotal puede ser, en buena medida, explicable, aunque no estaría mal algún tipo de mención en cuanto que, de acuerdo con la “sana teología sacramental”, el sacramento del Orden imprime carácter indeleble, es decir, no caduca ni con la muerte].
Dado que, en colaboraciones previas me he referido ya a la celebración de las Bodas de Oro de tres miembros de esta generación: a las de mi hermano Manuel en “Unas ‘Bodas de oro’ que no fueron” y a las de Carlos Aguiar y Mario Espinosa en “Bodas de Oro de dos obispos tepicenses”, esta vez, trataré de compartir una crónica a partir de la experiencia de vivir esa celebración “desde una banca de la Catedral” en compañía de mi compañero y amigo Miguel Dueñas…
Todo comenzó el domingo anterior, al final de la celebración dominical del mediodía en el Templo del Sagrado Corazón…
Ana Laura Aguiar Retes me preguntó si me había enterado ya de que el viernes 14 al mediodía habría una celebración de acción de gracias por las Bodas de Oro sacerdotales de su hermano Carlos, de Mario Espinosa y de sus compañeros de generación. Le dije que no me había enterado, pero que haría todo lo posible para hacerme presente.
Unos días después me llegó una invitación digital de la Parroquia de San Juan Bautista de Tepic, en la que se invitaba a una Eucaristía de Acción de Gracias por 50 años de vida sacerdotal de Dn. Mario Espinosa Contreras a celebrarse el jueves 14 de julio a las 19:00 horas.
Unos días antes de la celebración en Catedral, me llamó Miguel Dueñas para preguntarme si ya me había enterado de dicha celebración y me dijo que había hablado con otro compañero del Seminario de Tepic. Miguel Ángel Medina y que había quedado con él de ir a comer después de la celebración.
Minutos antes del inicio de la celebración llegué a la Catedral y tomé mi lugar cerca de la puerta lateral…
Desde ahí, fui viendo entrar algunas personas que parecían invitados especiales de los festejados; miembros de las familias Aguiar y Retes, otras personas conocidas por su participación en la vida de la Iglesia diocesana y un buen número de sacerdotes de distintas generaciones…
Pocos minutos después llegó Miguel Dueñas, se sentó a mi lado y, a lo largo de la celebración estuvo haciendo comentarios desde su sentirse lejano del modo “tridentino” que percibía en la celebración; un modo que, en palabras mías, describiría como jerárquico, clerical y cultualista…
Eso sí, al concluir la procesión de inicio de la celebración, me comentó que la convocatoria había sido buena ya que contó 49 sacerdotes…
Como era de esperarse, la celebración fue presidida por el Cardenal Carlos Aguiar —acompañado en el centro del presbiterio por el Obispo de Mazatlán, el Obispo de Tepic y los dos sacerdotes antes mencionados—.
Al inicio de la celebración, Don Luis Artemio Flores Calzada hizo una breve semblanza de los festejados que, en la homilía — que estuvo a cargo de Don Mario Espinosa— se amplió hacia una descripción parecida a la que plasmé hace algunas semanas en esa colaboración que mencioné párrafos atrás. Eso sí, las palabras del Obispo de Mazatlán conformaron una especie de oración de acción de gracias pormenorizadas en las sendas que en el ejercicio de sus ministerios han recorrido.
De mi parte, el momento clave de mi participación en esta Eucaristía, se dio después de pasar a comulgar, en el saludar a los sacerdotes que estaban sentados al frente de las bancas [¿en las bancas del frente?]: Héctor Medina, Javier Gutiérrez, Artemio Parra, Efraín Martínez, entre quienes recuerdo y que en algún momento de mi vida fueron compañeros o alumnos.
Interesante sin duda, el volver a ver —de cerca o de lejos— a una buena parte del presbiterio del que llegué a formar parte…
Obviamente, más viejos, más desgastados muchos de ellos, pero solidarios en una acción de gracias en la que participé, de alguna manera, dando gracias por cincuenta años de servicio ministerial de Carlos, de Mario, de Vicente y de Miguel y por los años de servicio ministerial del otro Miguel y del “Hermano Torres”; de Silvestre y de Javier; de Gonzalo y de Manuel.
Concluyó la Misa. Nos invitaron a saludar a los festejados en la sacristía e, incluso, a la comida, pero Miguel y yo, teníamos otros planes, un compromiso previamente contraído con Miguel Ángel Medina y el padre Jorge Torres…
Nos fuimos a comer siguiendo la propuesta de Miguel Ángel y estuvimos departiendo desde otra experiencia eclesial: la de la Parroquia de Chicomuselo, Chiapas, esa que dejó en los cuatro comensales una huella indeleble y recuerdos perdurables revividos en fechas recientes con la celebración de otras Bodas de Oro, las de esa parroquia que fue, por una década, tierra de misión de la Diócesis de Tepic y con la muerte de Javier Reyes —El Jefe— quien dejó una huella indeleble en la Diócesis de San Cristóbal con su callado servicio ministerial…