Un santiaguense distinguido por tener una vida profesional impresionante en la que fue todo como abogado, el primero por cierto en graduarse y obtener su título en la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG) en 1954, este lunes ha dejado de existir.
Falleció José Antonio Vallarta Robles, un nayarita con uno de los currículum más completos en su profesión, que lo forjó con esfuerzo, desde que salió de su natal Santiago Ixcuintla a los once años de edad para irse a estudiar al Instituto de Ciencias de Guadalajara. En la perla tapatía descubrió el futbol del que junto con su hermano Lucas se hizo seleccionado estatal y jugador de la liga profesional brevemente, pero prefirió el trabajo como abogado donde ganaba más y tendría un futuro más promisorio, uno que es impresionante.
Pero a Toño Vallarta lo conocen y estiman por su enorme calidad humana, el amigo leal y solidario, el padre, abuelo y bisabuelo para los suyos pero también ella figura paterna para algunos que lo disfrutaron.
Hoy se ha reunido con sus padres José y Francisca, sus hermanos Jorge, Ignacia, Luis Carlos, Javier, José Lucas y Alfonso. Está ya en la eternidad con Virginia, su esposa y su hijo Luis.
De este hombre se pueden escribir muchas hojas, fue columnista de primer nivel en periódicos nacionales y está cada editora, escribió libros, por lo menos media docena.
Que descanse en paz.
A continuación se reproduce la entrevista que Nayaritas del Centenario hizo a José Antonio Vallarta Robles.
“Mi madre fue Francisca Robles y mi padre José Vallarta. Ella nació en El Zopilote, en un mineral. Mi abuelo era encargado de la mina del Zopilote y de la Jabalina, allá por El Venado, del lado de Ruiz. A mi abuelo lo mató una gavilla de asaltantes, mataron a los diez guardias que tenía y se llevaron todo. Tenía ocho hijos y se fueron a vivir a Guadalajara, después se vinieron a Santiago. Mi mamá a la edad de diez años ya sabía escribir a máquina, buscó trabajo y encontró luego luego. Era rara la gente que sabía hacer ese trabajo, y siendo tan joven encontró trabajo con mi abuelo y ahí conoció a mi papá también. A mi papá le decían “L” y a mi mamá Pachita. Mi papá era agricultor y ganadero, prestigiado y bien conocido. Fue de los primeros que tuvo despepitadora de algodón aquí en Nayarit, se acabó cuando llegó el nailon. En aquel tiempo la gente dejó de consumir y de sembrar. Hice la primaria en la escuela Eduardo Martínez Ochoa con el hombre más duro que me pudiera imaginar, el profesor Navarrete. Había sido militar, en los honores a la bandera nos dejaba veinte minutos después al rayo del sol, si flaqueabas te pegaba un patadón. Nos llevó al mar en tiempo de guerra mundial, todo lo que hacían los conscriptos nos hacía hacerlo: pasar por debajo de redes, subir y escalar. Un día salimos a las seis de la mañana con tambores y cornetas a todas las rancherías, llegamos a las seis de la tarde a Los Corchos. Nos hizo ir a pie haciendo honores a la bandera en cada rancho. Nos enseñamos a nadar en el río con el riesgo de que te murieras. Un primo mío se fue a nadar sin saber hacerlo y se ahogó. Era más fácil desobedecer que obedecer estando niño. La escuela estaba a dos cuadras del río Santiago, salíamos corriendo y a echar un clavadito con el calorcito. Cuando se inauguró la alberca de Santiago fui campeón en clavados, derrotamos a los de Tuxpan que acababan de hacer su alberca también; me gané cien pesos ese día. Me enviaron a la edad de once años a Guadalajara a estudiar al Instituto de Ciencias de Jalisco, allá con los jesuitas. Hacíamos doce horas en camión a Guadalajara; ya hasta después descubrimos que había tren, se hacía un poco más pero era cómodo. Los trenes eran de segunda o de tercera, pero el portero del tren traía una canasta y vendía de todo. Se hacía un ambientazo, te hacías las amistades ahí, ya después no te querías bajar en el Estación Ruiz. Viví en un internado junto con mi hermano, estudiamos la secundaria y la preparatoria. Cuando llegamos al colegio, a fuerzas tuvimos que empezar a jugar futbol y fui nombrado el mejor centro medio en los cinco años que estuve. Me querían llevar a España, pero pues ni mi papá ni mi mamá me iban a dejar ir. Nunca jugué hasta que llegué allá, no había visto ni siquiera un partido. Aquí en Nayarit no había futbol más que en Tepic, en Santiago nadie lo conocía. Aquí estaban como cuatro equipos: Puga, Bellavista, Luz y Fuerza y el Tepic. Ahí en el internado teníamos órdenes muy estrictas de que no fuéramos gastadores, nos daban un peso con veinticinco a la semana. El camión de primera te costaba diez centavos, el otro costaba cinco, el de segunda. Había una nevería muy buena a una cuadra de donde vivíamos, nunca había soñado tomarme un barquillo de esa naturaleza. Nos íbamos a pie al colegio, eran veinte cuadras de ida y otras veinte de regreso. Ya no nos subíamos al camión, esos centavos que nos ahorrábamos nos alcanzaban para un barquillo. Cuando queríamos ir al futbol nos costaba un peso la entrada allá en el Parque Oro, con los otros veinticinco centavos te comías una paleta o cualquier cosa, nos servía para divertirnos. Teníamos que llegar a las cuatro de la tarde y el partido acababa a las dos, si no llegabas no te daban de comer hasta la cena. Pasábamos por la calle de las muchachas no santas, las chicas malas. Con quince años nos correteaban y era la gran aventura, sentías que habías cruzado el mar. Jugué un partido en liga mayor, sesenta y cinco pesos me pagaron, mejor me dediqué a estudiar. Me tronaron los meniscos y después de una operación salvaje seguimos jugando futbol, fui con mi hermano campeón universitario. Estudié en la Facultad de Derecho de la Autónoma de Guadalajara y de ahí me fui a México cuando estuve a punto de recibirme. Estaba de pasante y entré a la Comisión Nacional del Maíz, después fui jefe del jurídico. Se sacaba una semilla específica para cada parte de la república, había producciones de diez, doce toneladas por hectárea, hasta dieciocho en algunos casos. Yo era el apoderado de la Productora Nacional de Semillas y de la Comisión Nacional del Maíz. Me casé aquí en Tepic con Virginia Porras y me la llevé a vivir a México, allá tuvimos seis hijos. Fui abogado del periódico La Prensa, escribí ahí y en El Universal, en El Impacto también. Fui presidente de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje de la Ciudad de México, ahí estuve seis años. Cambio de gobierno y cambio de gente, estuve como director jurídico de la Secretaría del Comercio y fui abogado de la policía allá también. Estuve como dictaminador de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje y fui funcionario conciliador de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social. Manejé la prensa de los procuradores de toda la república en reuniones que se daban dos veces al año, fui director de relaciones públicas de la Procuraduría. Fui abogado de la caja de la Policía en el Distrito Federal y apoderado de la Unión de Matadores de Toros y Novillos de la República Mexicana. Empecé a trabajar en el Poder Judicial Federal como proyectista de sentencias con un magistrado. Fui secretario de estudio y cuenta y me conecté con la prensa también porque me gustaba escribir, fui jefe jurídico de prensa ahí mismo, duré veinticinco años. Viajábamos por el mundo, nos invitaban a un lado y a otro así que tenía material para escribir. Fui apoderado de Mexicana de Aviación, de Panamerican Airlines, Líneas Aéreas Costarricenses y Líneas Aéreas Nicaragüenses, duré quince años con ellos. Tuve una vida muy intensa, me tocaba llevar el correo a Cuba cada semana. Podía estar en Panamá a las seis de la mañana y tomando un vuelo a Lisboa doce horas después. Me encomendaron los arreglos de los contratos colectivos, conocía a los grandes líderes, hasta a Don Fidel. Tengo varios nietos y algunos bisnietos, empecé a escribir hace como seis o siete años libros con anécdotas y vivencias que he tenido y quiero compartir con ellos. Ahorita estoy escribiendo mi biografía, voy al despacho ocasionalmente pero asuntos ya no llevo, trato de transmitir conocimiento a los abogados. Ya cuando empieza uno a perder las llaves en la casa, a perder los lentes y no saber dónde dejaste el celular es una mala señal. Somos de familia longeva, mi madre murió de noventa y un años, Juana mi tía acaba de morir de noventa y nueve. Mi esposa murió también ya grande, de ochenta y dos años. Yo tengo ochenta y ocho, te vas quedando solo. Lamentablemente todo mi grupo ha ido desapareciendo, los longevos tenemos ese problema.”
Entrevista realizada por Diego González.