1) “… no se puede juzgar al hombre político por el hecho de que sea más o menos honesto, sino por el hecho de que mantenga o no sus compromisos…”

2) «El político es juzgado no por el hecho de que actúa con equidad, sino por el hecho de que obtiene o no resultados positivos o evita un resultado negativo, un mal, y aquí puede ser necesario “actuar con equidad”, pero como medio político y no como juicio moral»

Antonio Gramsci

Por Ernesto Acero C.

Los liderazgos de Andrés Manuel López Obrador y de Miguel Ángel Navarro Quintero son indiscutibles. Han sido el componente que explica el éxito del proceso transformador en México y en el estado. No ha sido tarea sencilla. Lo relevante de los cambios que se realizan en el estado y en el país, exige conocer cuál es el motor que los impulsa. El liderazgo político y social es uno de los factores que se deben destacar, aunque no lo es todo. El motor de la transformación es el respaldo social que se ha mantenido durante los años recientes.

El liderazgo concurrente y el respaldo popular a la administración de López Obrador y a la de Navarro Quintero, es la razón de los cambios que vivimos. Ese es el argumento central por el que se debe ponderar en su justa dimensión, la visita del Presidente de México al estado de Nayarit.

La fuerza motriz que imprime una sociedad para avanzar en un proceso democratizador, no sirve de nada sin liderazgo. Un liderazgo sin el respaldo popular, tampoco genera resultados.

Las aspiraciones de cambio, profundas, se mantuvieron en vida latente durante décadas, dada la ausencia de liderazgo que las guiara, que las condujera. Hubo grandes hombres, grandes figuras políticas que tuvieron liderazgo, pero que no tuvieron el respaldo popular suficiente para cambiar el estado de cosas que reclamaba cambios radicales. Hubo, por otra parte, movimientos sociales de enorme potencia transformadora, que no prosperaron dada la ausencia de liderazgos lo suficientemente sólidos para responder a las expectativas sociales.

Los cambios que se han reclamado (y sobre todo, que han prosperado), han sido procesados por la vía electoral, por la vía pacífica. Aquellos movimientos que apostaron por la vía armada, no prosperaron y solamente cobraron elevados costos en vidas. Los movimientos de Lucio Cabañas, de Genaro Vázquez, de la Liga Comunista 23 de Septiembre o la Guerra Cristera, en su caso, no derivaron en victorias para sus causas (tan distantes y tan distintas).

La sociedad mexicana, durante décadas no solamente soportó la carga de procesos electorales costosísimos, sino de nulos cambios. Una y otra vez, los pícaros los ladrones, las monas vestidas de seda, se ganaron el voto popular. Ganaban elecciones, ganaban el gobierno y el poder y apenas sólo transformaban sus miserables condiciones de vida en el plano personal y familiar. Dicho de otra manera: con demagogia y mentiras, con traiciones y pura hipocresía, se ganaban la confianza del pueblo depositada en las urnas, para luego olvidar sus promesas y sus compromisos, descaradamente.

Una de las elecciones que despertó más expectativas, sustentada en el discurso del cambio, de la transformación, fue la de 2000. El PAN ganó la mayoría de votos y llevó a la Presidencia de la República a Vicente Fox. Las promesas declinaron en una obra bufa, en una serie de estupideces que llevaron a ese partido a una elección de Estado para poder conservar el poder.

Luego, tan mal siguieron las cosas, que en 2012 el PRI regresó a la Presidencia con Enrique Peña Nieto. La farsa y la mofa a las expectativas del pueblo, continuaron. Por eso, en 2018 confluyó una esperanza renovada en López Obrador y el PAN perdió las elecciones a pesar de haber postulado a dos candidatos.

El liderazgo de López Obrador agrega potencia transformadora con el liderazgo firmemente respaldado por los nayaritas, personificado en el doctor Navarro. El resultado es ostensible e irrefutable. Ese liderazgo suma fuerza en favor del cambio con el poder que deriva de la fuerza social de la mayoría de mexicanos y de los nayaritas.

¿De que se trata ese cambio? Se trata de cambios que se manifiestan en resultados en favor de comunidades, de regiones enteras, pero también hablamos de resultados que se sienten en el plano individual o familiar. En favor de comunidades que pueden acceder a empleos o a nuevas formas de actividad económica a partir de obras carreteras o férreas, o aeroportuarias, etcétera. En favor de regiones enteras como en el caso de la sierra nayarita o de la región sur del estado que se ve comunicada con autopistas, caminos y nuevos servicios de comunicación y transporte. En el plano de lo individual o familiar, los cambios se sienten en el bolsillo, en la alacena, con becas, con pensiones, con apoyo para jóvenes egresados de carreras técnicas o profesionales.

El cambio que no suena en el bolsillo no es cambio. El cambio se manifiesta con servicios de salud eficientes, con nuevas oportunidades de empleo o de estudio, con nuevas oportunidades para vivir una vida digna y con más perspectivas de felicidad.

Los cambios no pueden ser actos de fe. Los cambios deben sentirse en el bolsillo. Si la gente vive mejor, entonces la promesa de cambio empieza a concretarse, empieza a trasladarse de la promesa de campaña a los hechos de gobierno.

Esos cambios, esas promesas y esos compromisos cumplidos no son suficientes para que el proceso transformador gane elecciones. Los resultados de gobierno no necesariamente se reflejan en resultados electorales.

Para que el proceso de transformación del país continúe y para que se consolide, se requiere reforzar las líneas políticas con figuras que sean congruentes a lo largo de su historia personal y a lo largo de su vida política. Hay momentos de depuración y hay momentos para actuar con cierta laxitud ideológica y hasta moral (recuérdese que la moral no debe ser impedimento para hacer lo que es correcto –Asimov dixit–).

Los mexicanos apenas empezamos una era de transformaciones que no debe concluir en razón de las resistencias del Era Cleptocrática. La endogamia, el nepotismo y la corrupción, deben terminar para no dar razón de ser a las salidas violentas y que nada tienen que ver con la política (la vía criminal, dicho sea de manera directa).

Los cambios avanzan en el estado y en el país. No será sencillo lograr la transformación deseada en un par de sexenios. Los (casi) seis años que durará el periodo de gobierno de López Obrador, no son suficientes para superar más de cien años de inercias y traiciones (del porfirismo al neo-porfirismo o porfirismo colectivista).

Avanzar en los vastos terrenos de la transformación, requieren tiempo. Por eso se debe avanzar en los relevos que se requiere en el liderazgo. Esos liderazgos no pueden ser inventados en una probeta  o nacidos en los acuerdos de camarillas ni en la esfera de lo erótico, ni dados en la lógica del reparto del pastel.

Una buena noticia: hay de donde echar mano. El proceso transformador que López Obrador lidera en el país y Navarro en el estado, se han abierto a los procesos de formación de cuadros. Ni MORENA, ni el PT ni el PVEM, necesitan de los tránsfugas. Tampoco se debe renunciar a la apertura democrática para aquellas figuras políticas que aunque apartidistas (por razones de sobra), sí pueden sumar energía transformadora.

Así es. No hay razones para hacerse bolas. En México hay liderazgo (AMLO). Ese liderazgo esté en proceso de relevo (Claudia Sheinbaum). En Nayarit hay liderazgo: Navarro Quintero. Este otro liderazgo se encuentra comprometido en la formación del relevo. Se trata de liderazgos que nacen del pueblo, comprometidos con la gente, comprometidos con todos, comprometidos con la democracia.

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