Las coyunturas duales ―finales-inicios, entregas-recepciones muerte-nacimiento y todas aquellas que se les semejan― tienen un encanto especial y despiertan diversas emociones, sentimientos, esperanzas y temores…
Mexicanos y mexicanas [lo dejo así, como algo binario] vivimos estos días ―finales de septiembre e inicios de octubre― una coyuntura especial como Estado-Nación: el final de un sexenio y el inicio de otro y, con él, la llegada a la titularidad del Poder Ejecutivo de una mujer: Claudia Sheinbaum Pardo, quien llega a la Presidencia de la República con el más alto número de votos obtenidos por candidato alguno [35,833,009] [4 millones menos que los obtenidos por el ganador de la Casa de los Famosos 2, dicho sea de paso], correspondientes al 59.76% de los votos computados y que corresponden al 36.49% de los 98,329,591 ciudadanos incluidos en el padrón electoral.
A diferencia de la entrega-recepción de hace seis años ―que comenzó, prácticamente, el día de la declaración oficial de Andrés Manuel López Obrador como Presidente electo― en que ―como buen “fifí”― albergaba en mí más temores que esperanzas provenientes de “la mala espina” que me provocaba el resentimiento social y un ego tan grande como herido de aquel para quien “la tercera resultó la vencida”, esta ocasión mi esperanza [concretada en una serie de expectativas] es mayor que mis temores.
“Escudriñando en mi interior” o, dicho más correctamente, en un ejercicio de introspección, encuentro, en primer lugar, en “mi Claudia” [mía en cuanto que es la imagen que tengo de ella en mí] que es una luchadora social, sí, pero sin una carga de resentimiento y sin un ego ―al menos― del tamaño del de su antecesor; cuyo anhelo de transformación no tiene, en sus orígenes, el priísmo sesentero, ni el modelo revolucionario cubano-soviético acompañado de la fobia a todo lo proveniente del vecino del norte, ni síntomas de la “tríada oscura” [narcisismo, psicopatía y maquiavelismo], todos ellos rasgos presentes en su antecesor…
En segundo lugar ―y entrando ya a rasgos propios de su personalidad― que se trata de alguien que valora y toma en cuenta los métodos, saberes y datos de las ciencias ―incluso las duras―, exige profesionalismo en sus colaboradores y es plenamente consciente de la crisis ecológica y de las exigencias para revertirla… La presencia de estos rasgos de su personalidad en algunos rediseños de la administración pública y en los nombramientos de dos integrantes de su gabinete es evidente. En primer término la creación de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación a partir del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología [CONAHCYT] y el nombramiento de Rosaura Ruiz Gutiérrez ―quien fuera Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM y presidenta de la Academia Mexicana de Ciencias― como su primera secretaria. En segundo término, el nombramiento de Alicia Bárcena Ibarra como Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales, con amplia experiencia en materia medioambiental a nivel nacional e internacional.
Un análisis más amplio del gabinete permite ―eso creo― alimentar la esperanza y expectativas específicas:
El nombramiento de Omar García Harfuch como Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, aunada a la relevancia que se le pretende dar a esa secretaría en materia de investigación y, en la [poca] medida de lo posible, como cabeza del sector de seguridad, así como el contenido de la estrategia de seguridad para los primeros 100 días de su gobierno [filtrada a los medios de comunicación] alimenta la esperanza y las expectativas de un cambio en las políticas de seguridad en un contexto de control territorial por parte de un crimen organizado que ha expropiado al Estado el uso de la fuerza.
La presencia de Juan Ramón de la Fuente en la Secretaría de Relaciones Exteriores, de Luz Elena González Escobar en la Secretaría de Energía y de Marcelo Ebrard en la Secretaría de Economía, alimenta la esperanza y las consiguientes expectativas positivas en esos rubros en los que se ha incurrido en desaciertos y pleitos provenientes de complejos e ideologías que requieren de “la mansedumbre de las palomas y la astucia de las serpientes” para encontrar las políticas públicas más pertinentes que, sin hipotecar la rectoría del Estado, sin entregar la soberanía y con perspectiva ecológica, hagan posible un crecimiento deseable de la economía, la producción indispensable de la energía requerida y la recuperación de un postura digna y favorable en el complejo contexto global.
También los nombramientos de David Kershenobich Stalnikowitz como Secretario de Salud y la creación de la Secretaría de las Mujeres y el nombramiento de Citlalli Hernández como su titular son fuentes que alimentan la esperanza y generan expectativas positivas en esos ámbitos en los que hay también amplísimas áreas de oportunidad.
No así, algunos otros nombramientos que generan temores: la ratificación de Ariadna Montiel Reyes como Secretaría del Bienestar y de Raquel Buenrostro como Secretaría de la Función Pública. Los temores, en estos casos, provienen del manejo electoral de aquella secretaría acompañada de la opacidad en el manejo del presupuesto y los listados de beneficiarios y del blindaje que el de esta parece ofrecer a quienes han incurrido en actos de corrupción en el presente sexenio, especialmente ahora que el INAI parece condenado a muerte y con él, el acceso a la información pública tras un sexenio reacio a la divulgación de la información, a la asignación directa de contratos y a declarar de seguridad información que no cumplía con los requisitos para ser considerada como tal.
Los mayores temores, sin embargo ―que muy probablemente son fuente de esperanza y de múltiples expectativas positivas para otros― provienen de quienes ―previa unción desde la más alta esfera del poder― presiden las cámaras de diputados y de senadores bajo la retórica de legislar para el pueblo bajo el principio “para el bien de todos primero los pobres” pero que, en realidad, han empezado a legislar siguiendo la tradición añeja de “levantar la mano” [en formato electrónico] siguiendo las instrucciones venidas “de lo alto”. Es verdad que quien ha decidido vivir en el antiguo palacio virreinal no tiene ni un poder tal, ni ese estilo, pero sí lo tiene ―y lo seguirá teniendo― quien ha dicho que ―como un cuadrangular beisbolero combinado con José Alfredo― está que se va, que se va, que se va… y no se ha ido… Y que, probablemente, seguirá presente por medio de sus caballos alfiles, torres y peones…
Mi temor principal, pues, ―compartido [creo, espero y amo] por un buen número de compatriotas― proviene de “la sombra [oscura] del caudillo”…