Un panorama devastador —de esos que ya no caben en los fríos informes técnicos ni en los gráficos institucionales— se cierne sobre los bosques de México. La información más reciente divulgada por la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y la Comisión Nacional Forestal (Conafor) no deja lugar a la indiferencia: los incendios forestales no sólo se han incrementado en número, sino que lo han hecho a un ritmo feroz, en un país que parece resignarse a ver su riqueza natural desvanecerse entre cenizas.
Y aunque cada año se presentan cifras alarmantes, lo ocurrido en la última década constituye una tragedia acelerada, un colapso ecológico en cámara rápida. Las llamas ya no son eventos esporádicos: son una constante que arrasa con todo a su paso, con una eficiencia tan predecible como aterradora. Nayarit, nuestro estado, no ha sido la excepción; por el contrario, se ha convertido en un emblema silencioso de esta emergencia nacional.

Los datos oficiales son claros. Desde 1970, Nayarit ha registrado 4 mil 430 incendios forestales que han calcinado 611 mil 347 hectáreas —una superficie mayor a la del estado de Colima. Pero el verdadero golpe está en los últimos diez años: 377 mil 174 hectáreas consumidas en sólo mil 40 incendios. Esto representa más del 61 por ciento del total histórico de afectación en apenas una quinta parte del tiempo. Las matemáticas no mienten: el desastre no sólo continúa, se acelera.
El 2023 fue un año récord por las peores razones: 90 mil 900 hectáreas devastadas y 167 incendios forestales, cifras que colocaron a Nayarit como el cuarto estado más afectado del país. Pero 2024 no muestra mejoría, el promedio de hectáreas quemadas por incendio alcanzó las 591 hectáreas, el segundo promedio más alto desde 2019, cuando 69 incendios consumieron 49 mil 568 hectáreas, con un promedio de 718 hectáreas por suceso.

Hoy, con corte informativo hasta el 24 de abril, el estado ya acumula 50 incendios y 11 mil 899.33 hectáreas afectadas, posicionándose en el sexto lugar nacional en cuanto a superficie quemada.
El lector podría preguntarse: ¿y qué se está haciendo al respecto? Las respuestas institucionales, aunque visibles en ciertos frentes, son insuficientes. Sí, hay brigadas que trabajan con compromiso. Sí, existen reportes y monitoreos diarios. Pero la naturaleza, cuando pierde el equilibrio, no se contiene con comunicados de prensa.

Mientras se escribe esta columna, tres incendios permanecen activos en Nayarit: en Jala, Huajicori y La Yesca. En este último municipio, el fuego en el predio de La Manga ha devastado 96 hectáreas y se encuentra en un 95 por ciento de liquidación. En Jocochota, Huajicori, el siniestro suma ya 111 hectáreas afectadas. Pero es en Jalpa Grande, municipio de Jala, donde se desarrolla el incendio más preocupante: ha devorado 1,035 hectáreas en plena Cuenca Alimentadora del Distrito Nacional de Riego 043, un área natural protegida que además de proveer de servicios ambientales hidrológicos al acuífero del Valle de Matatipac, alberga 164 especies animales endémicas, 123 especies de plantas y, de forma especialmente crítica, seis especies animales microendémicas —es decir, que sólo existen en esa reducida región— y dos tipos de flora con las mismas características. Este incendio, que ya se perfila como el segundo más grande de la temporada, apenas ha sido controlado en un 85 por ciento y liquidado en un 65 por ciento. ¿Qué ocurrirá si los vientos cambian o si los recursos disponibles no alcanzan?
Porque más allá de los árboles, el daño es profundo. Los incendios impactan ecosistemas completos, alteran ciclos biológicos, reducen la biodiversidad y afectan de forma directa a las comunidades humanas. El fuego no sólo consume lo visible: también devora el equilibrio ecológico, el sustento de muchas familias y el derecho colectivo a un ambiente sano.
La verdadera pregunta no es si existen incendios, sino por qué hemos llegado a este punto. ¿Cómo es posible que, en solo una década, gran parte de nuestra flora haya sido destruida repetidamente? ¿Dónde están las políticas públicas que deben priorizar la prevención, la vigilancia y la restauración ambiental? ¿Por qué seguimos permitiendo que actividades ilegales sigan avanzando dentro de áreas forestales sin que haya consecuencias reales? ¿Cuándo dejaremos de ver los incendios como una simple temporada y empezaremos a reconocerlos como lo que realmente son: un síntoma claro del colapso climático y de la codicia humana, ya que más del 99 por ciento de estos desastres son provocados por actividades humanas?
Nayarit se quema. Y mientras las hectáreas devastadas aumentan año tras año, pareciera que también se diluye la voluntad política de tomar decisiones estructurales. Urge un plan de mitigación real, sostenido y eficaz. Urge educación ambiental, inversión en equipos, monitoreo constante, justicia ambiental. Urge, sobre todo, voluntad.
No podemos permitirnos seguir viendo nuestros bosques arder sin comprender que, con ellos, también se incendia nuestro futuro.
De seguir así, la historia natural de Nayarit no será contada en hojas verdes, sino en cenizas.