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lunes, mayo 19, 2025
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Volantín | El humo negro y la espera

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El primer día del Cónclave terminó como tantos otros en la historia del Vaticano: con una espiral de humo negro elevándose desde la chimenea de la Capilla Sixtina, una señal inequívoca de que los cardenales aún no han alcanzado consenso para elegir al próximo papa. Para algunos, es solo una cuestión de tiempo. Para otros, es un símbolo profundo, cargado de significado y urgencia, que refleja el estado actual de la Iglesia Católica y los múltiples desafíos que enfrenta.

El humo negro no es simplemente una mezcla de paja húmeda y productos químicos. Es un mensaje ancestral, una tradición que ha sobrevivido a siglos de cambios y que, en su lenguaje silencioso, dice más de lo que muchos comunicados oficiales podrían decir. Representa la espera, la división, pero también la deliberación y la esperanza. Nos recuerda que la elección de un pontífice no es un trámite administrativo, sino un acto espiritual, político y profundamente humano.

Sin embargo, en 2025, este humo negro parece resonar con un eco más áspero. La Iglesia Católica llega a este Cónclave en un momento de tensiones internas y externas que no pueden ignorarse. Los escándalos de abusos, las luchas doctrinales entre sectores progresistas y conservadores, la pérdida de fieles en muchas regiones del mundo, y los desafíos de un planeta que clama por respuestas éticas ante el cambio climático, la migración forzada y la creciente desigualdad, hacen que esta elección sea especialmente crítica.

Este primer signo de desacuerdo puede verse como una señal saludable de debate. Después de todo, un consenso inmediato podría interpretarse como una señal de uniformidad forzada, una elección impulsada más por intereses de poder que por discernimiento espiritual. La demora, en este caso, puede ser una virtud. Puede indicar que los cardenales se están tomando en serio la complejidad del momento y que están dispuestos a confrontar sus diferencias antes de entregar al mundo una figura que deberá ser, simultáneamente, pastor, diplomático, reformista y guardián de la tradición.

Pero también es legítimo preguntarse si este desacuerdo refleja una parálisis más profunda. Si el humo negro no es solo la ausencia de elección, sino un síntoma de una estructura que se resiste a renovarse. Hay quienes ven en la Curia una institución cada vez más desconectada de la vida de los fieles, especialmente de los jóvenes y de las mujeres, cuyas voces aún tienen un lugar secundario en la toma de decisiones. El cónclave, como representación de esa jerarquía cerrada —compuesta solo por hombres mayores, celibes y, en su mayoría, europeos—, podría estar chocando con su propio espejo.

Y mientras tanto, el mundo mira. No solo los católicos practicantes, sino también millones de personas que, más allá de su fe o creencias, entienden que el Papa sigue siendo una figura de enorme peso moral y político. Su voz tiene la capacidad de abrir caminos de diálogo en medio de conflictos, de presionar gobiernos en temas de justicia social, de dar esperanza a quienes no la encuentran en ningún otro lugar. En ese contexto, la incertidumbre se vuelve ansiedad.

La elección de un papa no cambia de inmediato los problemas estructurales del catolicismo, pero sí marca el tono de una época. Juan Pablo II imprimió un sello de carisma global y de confrontación ideológica. Benedicto XVI apostó por la teología y la tradición, mientras que Francisco intentó abrir puertas, hablar de misericordia, ecología y reforma, aunque muchas veces se encontró con muros de resistencia dentro y fuera del Vaticano. ¿Qué sigue ahora?

El humo negro también recuerda algo esencial: la Iglesia no es una maquinaria eficiente, sino una comunidad de hombres y mujeres que creen en la acción del Espíritu Santo, pero que también cargan con su historia, sus miedos y sus contradicciones. La lentitud puede ser frustrante, pero también puede ser una forma de humildad ante la magnitud de la decisión.

Y sin embargo, esa humildad no puede ser excusa para la inacción. La Iglesia está en una encrucijada, y cada día que pasa sin respuestas claras es una oportunidad perdida para reconectar con una humanidad que avanza con rapidez y exige posiciones valientes. El humo negro no debería convertirse en una señal de normalidad. Debería provocar preguntas incómodas: ¿por qué no hay acuerdo? ¿Qué está en juego realmente dentro de esos muros? ¿Es posible que el próximo papa represente a los márgenes y no al centro, a los excluidos y no a los poderosos?

También es momento de imaginar lo impensado. Un pontífice africano, asiático o latinoamericano que no sea solo símbolo de diversidad, sino portador de una mirada distinta sobre la fe, la justicia y el poder. Un líder que no tema abrazar el conflicto para sanar heridas, que entienda que la autoridad se gana escuchando, no imponiendo. Un papa que no sea solo “el primero con este nombre”, sino el primero en cambiar verdaderamente las estructuras que impiden a tantos sentirse parte de la Iglesia.

Mientras tanto, la imagen se repite: la multitud reunida en la Plaza de San Pedro, las cámaras enfocando la chimenea, el murmullo creciente al caer la tarde, y finalmente, esa columna de humo oscuro que se eleva como un suspiro colectivo. No hay papa. Todavía no. Pero hay una pregunta en el aire que no se disipa con el viento romano: ¿estamos ante una Iglesia que aún puede sorprender al mundo, o simplemente ante una institución que teme demasiado al futuro?

Opinión.salcosga23@gmail.com

@salvadorcosio1

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