Cada 10 de mayo, México celebra a una figura central de la vida familiar: la madre. Se le honra con flores, abrazos y palabras de gratitud. Sin embargo, más allá de las festividades, esta fecha también ofrece la oportunidad de mirar con atención el rostro real, complejo y diverso de la maternidad en el país.
En Nayarit, por ejemplo, el 77.4% de las mujeres de 15 años o más ha sido madre al menos una vez. Esta cifra, lejos de ser un simple dato, refleja una realidad persistente y, en muchos casos, problemática. Lo más preocupante es el incremento de embarazos adolescentes, especialmente entre comunidades indígenas: entre 18 y 21 de cada 100 adolescentes de entre 12 y 14 años ya son madres. Este fenómeno evidencia una profunda brecha en el acceso a la educación sexual, la salud reproductiva y las oportunidades de desarrollo.
Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en su Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID 2023) señala que hay 33.7 millones de mujeres mexicanas entre 15 y 49 años, de las cuales el 62.9% ha tenido al menos un hijo o hija nacido vivo, es decir, 21.2 millones. La maternidad en México se distribuye en todos los entornos: el 27.5% de estas mujeres vive en zonas rurales, y el 6.8% habla una lengua indígena.
La edad de inicio en la maternidad también es reveladora. El 7.7% de las adolescentes entre 15 y 19 años ya son madres. En el grupo de 20 a 24 años, esta proporción asciende a 36.2%. La cifra continúa aumentando con la edad: entre los 25 y 29 años, el 62.6% ya ha tenido hijos, y para las mujeres de 45 a 49 años, el porcentaje alcanza el 90.9%.
Dentro de este amplio universo de madres, hay realidades que requieren especial atención. Entre ellas, las de las madres con discapacidad: 697,455 mujeres, que representan el 3.3% del total, enfrentan desafíos adicionales, pero no por ello se ausentan de la vida social ni del ámbito laboral.
Sus condiciones de vida muestran ciertas diferencias respecto al resto. Mientras que la mayoría de ellas está casada (38.8%) o vive en unión libre (28%), un 23.9% es separada, divorciada o viuda, y el 9.3% es soltera. En comparación, las madres sin discapacidad tienden más a vivir en unión libre (34.6%) y menos a estar separadas o divorciadas (15.9%).
En términos de participación económica, las madres con discapacidad destacan: el 60.8% forma parte de la población económicamente activa, superando incluso a las madres sin discapacidad (59.2%). Esta tasa es solo superada por las madres con alguna limitación física o mental, cuya participación alcanza el 66.7%.
Sin embargo, esa actividad laboral suele darse en condiciones precarias. El 32.8% de las madres con discapacidad trabaja por cuenta propia, en contraste con el 22.7% de las madres sin discapacidad, quienes tienen mayor representación en empleos formales (62.5%).
El nivel educativo también marca diferencias. Aunque la secundaria es el grado máximo alcanzado por la mayoría de las madres, la proporción de mujeres con discapacidad que no logra terminar ese nivel es mayor, lo que influye directamente en sus posibilidades de empleo y acceso a servicios.
El panorama se agrava al observar el acceso a la salud. Un 34.2% de las madres con discapacidad y un 34.6% de las que tienen alguna limitación no cuentan con derechohabiencia a servicios médicos. Paradójicamente, esta carencia es aún más alta entre las madres sin discapacidad ni limitación: 39.2%.
Estos datos confirman que la maternidad en México no es una experiencia uniforme. Hay madres adolescentes, madres rurales, madres indígenas, madres con discapacidad, madres trabajadoras y madres solteras. Todas comparten la responsabilidad de criar, cuidar y educar, pero no todas cuentan con las mismas condiciones para hacerlo.
Este 10 de mayo, más allá del homenaje, es fundamental visibilizar estas múltiples maternidades y reconocer los desafíos estructurales que enfrentan. Porque si bien todas las madres merecen ser celebradas, también necesitan políticas públicas efectivas, acceso real a la salud, oportunidades educativas y laborales, y una sociedad que entienda que maternar no solo es un acto de amor, sino una tarea que requiere acompañamiento y justicia social.