Escogido este jueves Santo entre los jóvenes que por dos días danzaron frenéticamente durante la Judea, Paúl Iván Chávez Rosalías, huichol, fue por minutos el mismísimo Jesucristo.
Borrado (pintado su cuerpo de negro con tizne de olote) no hizo nada especial para tal distinción. Se quisieron ahorrar la peluca y lo escogieron por su largo mechón en el que sujetaron una inofensiva corona de espinas de plástico.
Entre vendedores de artesanías, expendedores de frituras y capirotada y el olor a quesadillas azules el muchacho emprende un viacrucis exprés para subir a una cruz donde representa la muerte de Jesús con una hora treinta y tres minutos de retraso.
Paúl es bajado de la cruz y lo trasladan al templo con techo de palapa (le llaman kaliwey), donde deberá ser velado. Lo tienden sobre el piso.
—Hazte el muerto— le piden porque a Paúl nunca le dijeron que los muertos no platican y se ríen.
Cierra los ojos y permanece inmóvil por unos minutos. Luego dan la orden de salir del lugar, donde velarán a Jesús. Pero el trabajo de Paúl Iván ha terminado.
Primer actor, tiene sus instantes de gloria. Un influencer, solemne, lo entrevista y, diestro, da consejos morales a los jóvenes e invita a proteger las tradiciones.
—¿Resucitarás?— le pregunto, camino a la puerta.
No me responde.
Por la noche no es a él al que velan en el kaliwey.
Regreso el sábado a la quema del Judas. Bailan los judíos música disco en un espacio de usos múltiples. No bailan, corren, desenfrenados, zangolotean a un Judas de trapo. Ahí anda Paúl Iván, uno entre tantos, bailando. Corriendo.
Regreso el domingo. El olor de las quesadillas azules y las artesanías, presentes.
Los lugares sagrados en la soledad casi absoluta.
El curandero espera a los turistas que no llegan a hacerse limpias.
El tedio del domingo en la tarde es idéntico siempre.
O peor.