Por José Luis Olimón Nolasco
En el “alma deportiva nayarita” parecen haber venido conviviendo —como en la “Ciudad de Dios” de San Agustín—dos amores: el amor al futbol y el amor al beisbol, simbolizados en los estadios de los que ahora y aquí solo existen recuerdos: el Estadio de Futbol, originalmente, Estadio Olímpico y posteriormente bautizado como Nicolás Álvarez Ortega del lado oriente, apuntando hacia el sur del Estado y, por supuesto, hacia el Estado de Jalisco, en aquellos tiempos, semillero principalísimo del futbol mexicano y el Estadio de Beisbol, del lado poniente, apuntando hacia la Costa de Oro, espacio en aquellos años casi exclusivamente beisbolero y, por supuesto hacia Sinaloa y Sonora, en los que el Beisbol también era el deporte por excelencia.
En ese contexto, uno de los primeros anuncios de la presente administración fue la promesa de reconstruir los estadios en el mismo lugar en que estuvieron, acentuándose la reconstrucción del Estadio Álvarez Ortega.
Sin embargo —quizás porque ya hay un estadio de futbol tan decente como lejano, quizás para ser políticamente correcta— durante las semanas recientes, la discusión se ha centrado en torno a la construcción de un estadio de beisbol, para la cual se contaría con apoyo federal [léase presidencial], como se ha hecho ya en otros lugares del país. Incluso, ha tenido lugar una reunión con ciudadanos defensores del Parque de la Dignidad que ha conducido a dejar de lado la idea de construirlo en el lugar en que estuvo el viejo estado y construirlo en los terrenos de la Unidad Deportiva Santa Teresita.
Veremos qué sucede, pero no deja de llamar la atención la fuerte influencia de las aficiones de un Primer Mandatario —porque no se trata de una política de Estado— incluso en el ámbito del deporte. Estirando un tanto la liga, se podría decir que la Cuarta Transformación tiene una evidente inclinación beisbolera, que se concretó en el Programa Probeis al que se le asignaron 1,723 millones de pesos durante los ejercicios fiscales del 2019, 2020 y 2021, así como en la compra del estadio Héctor Espino de Hermosillo, Sonora [521 mdp], la modernización del Estadio Francisco Carranza de Guasave, Sinaloa [54.3 mdp], la construcción de estadio en San Luis Río Colorado, Sonora [61.2 mdp], la rehabilitación del estadio de beisbol de Santiago Papasquiaro, Durango [3.3 mdp] y la remodelación del parque las Guacamayas de Palenque, Chiapas [89 mdp].
De hecho, hace algunas semanas, me di cuenta que el Canal 11 —transformado en una especie de canal oficial— ha incorporado a su programación transmisiones beisboleras y, ni más ni menos que la semana pasada, descubrí, de manera simultánea, transmisiones de la Liga Mexicana —por años, prácticamente desaparecida de los medios electrónicos— en canales de Fox Sports, ESPN y Televisa.
En ese contexto beisbolero, el pasado fin de semana, en medio de la gris coronación del Paris Saint Germain en la Ligue 1 y de la décima coronación consecutiva del Bayern Múnich en la Bundesliga, así como de la notable actuación del Checo Pérez en El Gran Premio de Emilia Romana en Imola, al norte de Italia, tanto en la carrera “sprint” del sábado, como en la carrera estelar el domingo, mientras navegaba entre canales deportivos, me salió al paso el partido de semifinales de la MLB Cup 2022 [un torneo para niños de 11 y 12 años organizado por la Major League Beisbol] entre los niños de la Liga Kora y los niños de la Liga Rebereña de Monclova, Coahuila, en la que resultaron vencedores los niños nayaritas.
Desgraciadamente, el domingo, en el partido por el campeonato, los niños de la Liga Municipal de Tijuana, lograron su tercer triunfo en este torneo, al derrotar a la Liga Kora 18 carreras a 2, en un juego reducido a cinco entradas por la diferencia existente en el marcador.
Interesante y digno de mención, sin embargo, que la Liga Kora haya sido capaz de llevar a su equipo hasta la final, en un torneo en que participaron equipos de 24 ligas de toda la república y que se llevó a cabo en los campos de la Liga Olmeca y la Liga Maya en la Ciudad de México.
Con estadios nuevos o rehabilitados, ojalá que —a propósito del Gigante Dormido— despierten los dos amores que bullen en el corazón de muchos y muchas nayaritas y que surjan no solo futbolistas y peloteros de exportación [algo reservado siempre a pocos], sino varones y mujeres en quienes los deportes tradicionales, escolares y posmodernos, hagan realidad cotidiana aquello de “Mens sana in corpore sano”, o lo que encierra la expresión “educación o cultura física”.