Al iniciar a escribir estas “letras”, vino a mi memoria una canción de Julio Iglesias que está por cumplir 50 años de haber sido grabada: “Así nacemos”, y cuya letra dice, entre su primera estrofa: “Con los ojos cerrados, con los ojos cerrados / como presintiendo que horrible es el mundo que vamos a ver; con el llanto en los labios, con el llanto en los labios / como lamentando llegar a una tierra que buena no es”…

Y no parece haber venido de manera casual, sino como producto de esas conexiones que se dan en nuestro interior; en este caso, la conexión de la letra de esa canción setentera con el nacimiento de un año —el 2023 de nuestra era [como dicen aquellos que no quieren hacer referencia alguna a Cristo]— y con un nacimiento que, en distintos lugares del planeta y, de manera muy particular en la entidad federativa más grande de nuestro país, invita a cerrar los ojos para no ver lo horrible que es el mundo, y haciendo surgir el llanto en los labios como un lamento por una tierra que buena no es.

Es verdad, que si se analizan a fondo esas expresiones, podríamos decir que no debemos cerrar los ojos para no ver lo horrible; que el llanto no se da en los labios; o que no es correcto decir que la tierra no es buena, pero lo relevante de esa letra y de la melodía que la acompaña, consiste en remitirnos a lo horrible que hay en el mundo y a lo no bueno que hay en la tierra…

Dejando de lado los recuerdos y las canciones, es momento de ir a una muestra de eso horrible y de eso no bueno que hace presentir que este año que acaba de nacer tendrá eventos horribles ante los que quisiéramos cerrar los ojos y voltear hacia otro lado y que hace surgir ya, desde el primer día, un lamento más por Chihuahua.

Un lamento más, que se une a uno ya añejo, el de las muertas de Juárez, que nos remite a un fenómeno iniciado en los inicios de la década de los noventa, en el que se conjugaron factores como la firma del Tratado de Libre Comercio entre México y los Estados Unidos de América, la instalación de maquiladoras con una mayoría de trabajadoras mujeres, el crimen organizado y el machismo.

De acuerdo con los registros de la Fiscalía del Estado de Chihuahua, los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez entre 1993 y 2019, sumaban 1,884…

Un lamento más, que se une a otro, más reciente y que, como mucho otros, se va perdiendo en el silencio y en la impunidad: el asesinato —relevante en su momento— de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, junto con el guía turístico Pedro Palma, un asesinato que raya en lo surrealista al tener en su origen algo tan trivial como un partido de beisbol; un asesinato lejano a las muertes martiriales de otros pastores en tierras latinoamericanas, a la vez que cercanas a las de una treintena de sacerdotes —religiosos y diocesanos— en años recientes, en distintas entidades federativas, muchos de ellos que se dan por el simple hecho de vivir en territorios con altos niveles de violencia…

Un lamento más, surgido de un evento terrible que se dio en las primeras horas del año nuevo en el Cereso 3 de Ciudad Juárez…

Un evento con un saldo de 14 muertos y 24 internos fugados que tuvo alrededor de siete horas de duración y que se inició con el arribo al penal —en el que posteriormente se encontró un número importante de armas de alto calibre, una diversidad de drogas y una importante cantidad de dinero en efectivo— de vehículos blindados, cuyos pasajeros ingresaron al penal para liberar al líder de los Mexicles [encontrado y abatido unos días después en un enfrentamiento con fuerzas de seguridad], un grupo delincuencial que, de acuerdo con informes de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, tiene el control de ese Centro de Reinserción Social desde hace varios años.

En relación con este evento, cabe señalar que lo que ahí sucedió, era previsible ya que se habían dado otros hecho violentos lamentables en agosto de 2022 y en noviembre de 2019.

Una pregunta que queda en el aire, tiene que ver con todo aquello que hizo posible el deterioro de este centro de reinserción que el año 2016 fue visitado por el Papa Francisco.

Ahora bien, la fuente original del lamento que da nombre a estas “palabras” no fue ninguno de los lamentos mencionados hasta ahora —sin que esto signifique que no sean de la mayor relevancia— sino un artículo que leí en la ninguneada revista Nexos en noviembre pasado, el cual llamó poderosamente mi atención e hizo emerger en mí un lamento silente y que llevaba por título “La Sierra Tarahumara, epicentro del suicidio en México”.

Ese artículo —escrito por Alberto Hernández Armendáriz— hace referencia a la alarma despertada por las notas sobre la ocurrencia de suicidios colectivos en la sierra de Chihuahua —entre cuyas causales se enumeran: el hambre, la desnutrición, la sequía, el alcoholismo; los altos índices de violencia homicida, la alta fecundidad adolescente— y los desmentidos por parte de las autoridades estatales, así como a dos artículos de investigación al respecto publicados en 2016 y en 2019 y se propone aportar a ellos un análisis de registros oficiales.

En ese orden de cosas, una afirmación contundente, a partir del análisis de registros oficiales de suicidio: “existe un único clúster de suicidio en México con valores a más de 10 desviaciones estándares por encima de la media municipal, contenido casi perfectamente en el suroeste del estado de Chihuahua, es decir, la región de la Sierra Tarahumara”.

Y, en el espacio dedicado a las conclusiones, lo siguiente: “En los diez años que comprenden nuestro estudio se registraron 599 suicidios en la Sierra Tarahumara. De acuerdo con el Censo de 2020, la población en el área ascendió a 232,171 habitantes. La tasa acumulada para estos años fue de 21.65, cuatro veces la nacional. En 2015, año en el que se registraron 84 ocurrencias, la tasa de suicidio alcanzó un pico de 30.6 por cada 100 000 habitantes. Esta tasa es comparable a la de Lituania para el mismo periodo, un país que ha sido históricamente asociado con las más altas tasas en el mundo”.

Ante todo esto, cómo no exclamar ¡Ay, Chihuahua!

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