En Islas Marías había zona roja. Prostitutas de Mazatlán buscaban en el centro penitenciario una vida más tranquila, lejos de desvelos y alientos de borrachos. Se les daba en una casa frente al mar y recibían una despensa de las autoridades. Ahí vivía una sexoservidora jubilada, la hija en la plenitud de la profesión y la nieta de tierna edad. Abuela y madre tenían la ilusión de amueblar su nueva casa con los primeros servicios de Flor del Mar, que sería su nombre artístico. Pero la adolescente tenía otros sueños: por amor se entregó mil veces en la arena al joven hijo de un prisionero. Ella le regaló el paraíso; él una Coca Cola, su equivalente en un sitio donde se tomaba un refresco único con color de tamarindo y sabor a cucaracha.