Hacia finales del mes de marzo próximo pasado, la Dra. Mónica Uribe me compartió la presentación de una conferencia que dictó en el Festival Internacional de Música y Arte Sacro 2024 celebrado en la ciudad de Xalapa y que llevaba por título: “Guadalupe y Remedios: ¿un duelo histórico? De cómo Nuestra Señora de los Remedios dio paso a la Virgen de Guadalupe como patrona de la Nueva España y México”.
Desde que vi la presentación, pensé que sería una magnífica fuente para escribir unas “palabras” en la coyuntura del CCXIV aniversario del inicio de la Guerra de Independencia en la Nueva España dado que esas dos advocaciones marianas ―Remedios y Guadalupe― acompañaron a los bandos en conflicto y, una vez consumada la independencia, Guadalupe llegaría a ser considerada “patrona de México, América y las Filipinas”.
Sin embargo ―como suele suceder[me] en estos tiempos de la información de alta velocidad y rápida extinción― hace unos días que pensé volver a la fuente para mis “palabras”, me fue imposible encontrarla, por lo que me vi obligado a solicitarle a Mónica que si me la podía enviar de nuevo a lo que accedió de inmediato compartiendo conmigo no solo la presentación mencionada, sino el texto base que ―con una extensión de 14 cuartillas a renglón seguido― ofrece un amplio marco bíblico-teológico e histórico-cultural en el que se inscriben tanto el culto a Nuestra Señora de los Remedios como a la Virgen de Guadalupe.
Contra lo que se podría pensar ―que el culto a Nuestra Señora de los Remedios tendría un origen peninsular y el culto a la Guadalupana un origen novohispano―, la doctora Uribe muestra que ambos cultos tienen un origen peninsular, junto con otros cultos marianos que se multiplicaron en la coyuntura de la reconquista que culminaría en 1492, en otra coyuntura clave: “la conquista de América”.
La devoción a Nuestra Señora de los Remedios está muy extendida en España y el relato confiable más antiguo relacionado con ella―típico de apariciones marianas― habla de un pastor que habría encontrado la imagen en un pozo en el cerro del Rodeo de Fregenal de la Sierra en la provincia de Badajoz; que la habría querido llevar como una muñeca a su hija y la volvía a encontrar en el pozo.
La devoción guadalupana peninsular, por su parte, remite al año 1326 y se basa en el hallazgo por parte del vaquero Gil Cordero de una imagen mariana dentro de una caja junto al río Guadalupe que se supone que era una talla en madera de tiempos apostólicos que había sido ocultada para evitar su profanación por parte de los musulmanes.
La imagen de la Virgen de los Remedios llegó a México con uno de los soldados que vinieron con Hernán Cortés ―Juan Rodríguez de Villafuerte― y después de ser escondida por su dueño, ser encontrada por un cacique otomí y regresarse al cerro donde fue hallada según algunas narraciones― se le edificó una ermita en el lugar que hoy ocupa la Basílica de Los Remedios.
En tiempos de la Colonia, Nuestra Señora de los Remedios fue conocida en el territorio novohispano como patrona de los soldados españoles y era llevada a la Catedral Metropolitana cada vez que en la Ciudad de México ocurría algún desastre. Las “venidas” de la virgen a la catedral ―escribe la doctora Uribe― se calculan en 75 hasta principios del siglo XIX.
El culto a la Virgen de Guadalupe, por su parte, comenzaría a ser importante en territorio novohispano a mediados del siglo XVI, no sin resistencias eclesiásticas por el riesgo de confusión con el culto a la deidad prehispánica Tonantzin.
Sería con motivo de “el diluvio de San Mateo” de 1629 que comenzó el duelo entre las “dos vírgenes” y que la guadalupana comenzó a ser considerada como más milagrosa, lo que se confirmó con el milagro de 1736 atribuido a la guadalupana y no a la Virgen de los Remedios cuando una plaga asoló la capital .
Durante el periodo previo al movimiento de independencia, el culto guadalupano ―con un impulso clave de los jesuitas― se extendió desde Nuevo México hasta Panamá; Nuestra Señora de Guadalupe fue declarada patrona de la Nueva España por el Papa Benedicto XIV y se convirtió ―a diferencia y en contraste con la Virgen de los Remedios como la patrona del ejército español y cada vez más como apoyo a la Corona― en una especie de patrona de los no-españoles, de todos los nacidos en tierras novohispanas.
En ese contexto, no es extraño que durante la guerra de independencia “La Gachupina” [la Virgen de los Remedios] fuera proclamada la “Virgen de la Conquista” y nombrada “Generala” de las tropas realistas y considerada autora del milagro de salvar a la capital del ataque insurgente el 30 de octubre de 1810 tras la batalla del Monte de las Cruces, mientras que la Virgen de Guadalupe acompañaría la lucha por la independencia desde aquel septiembre en que una imagen suya sería tomada del Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco para encabezar las tropas insurgentes.
Una vez consumada la independencia, Nuestra Señora de los Remedios fue castigada por “realista y gachupina” y le fue retirado el grado militar por Agustín de Iturbide.
A la fecha, la Virgen de los Remedios es patrona de la Arquidiócesis de Tlalnepantla y es objeto de culto en algunas regiones del país pero, para la mayor parte de la población mexicana actual, no es sino una “desconocida”.
Nuestra Señora de Guadalupe, por su parte, sigue siendo objeto de devoción y de culto y sigue teniendo un rol relevante en la vida del pueblo mexicano por lo que bien se le puede considerar como “Madre de México” por su presencia activa en la gestación y el nacimiento de México como Nación, si bien, su incidencia en el ámbito político prácticamente desaparecería tras quedar ubicada en el “bando de los vencidos”, pero seguiría creciendo y fortaleciéndose en el ámbito religioso-cultural hasta tiempos recientes que, desde el punto de vista religioso-cultural nuestro país transita hacia un entorno ecléctico de corte posmoderno y [¿consiguientemente?], posguadalupano…