A la memoria de Gustavo Gutiérrez
“Cásate y sabrás tus defectos; muérete y sabrás tus virtudes”, así reza un antiguo refrán popular y creo que es pertinente para guiar unas “palabras” con ocasión de la pascua del P. Gustavo Gutiérrez conocido, con razón, como “padre de la Teología de la Liberación” porque, en el ámbito de la teología católica su libro “Teología de la Liberación: perspectivas”, puso la primera piedra de una manera de hacer teología y de una perspectiva teológica tan polémica como fecunda: una teología que parte de la realidad de los pueblos latinoamericanos formalmente independientes y materialmente dependientes que viven situaciones de pobreza, injusticia y desigualdad; que busca iluminar esa realidad con la Palabra de Dios y cuál es la misión de los cristianos ante lo que Dios dice ante los clamores de estos pueblos, así como una teología que ha desarrollado los diversos tratados teológicos desde la perspectiva de la liberación, lo que quedó plasmado en “Mysterium Liberationis”, una obra en la que colaboró la “crema y nata” de esta teología y que fue editada por dos de ellos: Jon Sobrino y [póstumamente porque había sido asesinado ya] Ignacio Ellacuría, ambos pertenecientes a la Compañía de Jesús.
Esta manera de hacer teología tiene sus antecedentes en el método Ver-Juzgar-Actuar de la JOC [Jeunesse Ouvrière Chrétienne] que la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en 1968 asumió como método en cada uno de los dieciséis temas abordados y alcanzará su madurez en un texto de los hermanos Leonardo y Clodovis Boff en el que esos tres momentos se convierten en Mediación socio-analítica, Mediación hermenéutica y Mediación práctica.
Ahora bien, en el caso concreto de las perspectivas abordadas en su Opus Magnum publicada en 1971, es preciso señalar que, para Gutiérrez, la Teología de la Liberación surge como una “reflexión, a partir del evangelio y de las experiencias de hombres y mujeres comprometidos con el proceso de liberación, en este subcontinente de opresión y despojo que es América Latina”, como lo expresa claramente en las primeras palabras de la introducción.
En la última sección del capítulo que lleva el título “Teología: Reflexión Crítica”, después de haber pasado revista a las tareas clásicas del quehacer teológico ―la teología como sabiduría y la teología como saber racional― habla de una nueva tarea que se ha ido perfilando y afirmando: “la teología como reflexión crítica sobre la praxis” a la cual han contribuido diversos factores: “un fecundo redescubrimiento de la caridad como centro de la vida cristiana”; el surgimiento de una “espiritualidad del actuar cristiano en el mundo”; el “redescubrimiento de la unión indisoluble del hombre y Dios” “desde que Dios se hizo hombre”; “la vida […] de la Iglesia […] como lugar teológico”; la “teología de los signos de los tiempos”; “el redescubrimiento de la dimensión escatológica que ha llevado a hacer ver el papel central de la praxis histórica; la propuesta de Maurice Blondel de la filosofía como “reflexión crítica de la acción” y “la influencia del pensamiento marxista centrado en la praxis, dirigido a la transformación del mundo”.
El capítulo concluye con una amplia descripción del ser y del quehacer de una teología de la liberación que “no sólo no reemplaza las otras funciones de la teología como sabiduría y como saber racional, sino que las supone y necesita”:
“La teología como reflexión crítica de la praxis histórica es, así, una teología liberadora, una teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad y, por ende, también, de la porción de ella ―reunida en “ecclesia”―- que confiesa abiertamente a Cristo. Una teología que no se limita a pensar el mundo, sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el mundo es transformado: abriéndose ―en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraterna― al don del Reino de Dios.”
“Mas Tú no me dijiste que mayo fuese eterno”, dice el bardo nayarita en una expresión que se puede poner en boca de quienes se comprometieron ―desde diversas trincheras―, en la construcción de esa “nueva sociedad, justa y fraterna”, abierta “al don del Reino de Dios” y que pronto descubrieron que el camino a recorrer no sería iluminado ya más por el Dios del brazo poderoso del Libro del Éxodo, sino por “quien, a pesar de su condición divina […] tomó la condición de esclavo […] se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”.
Y vinieron las amonestaciones, las calumnias, las condenas de parte de los apologetas de la ortodoxia, de la liberación “auténtica”, de parte de quien temía ―a partir de la experiencia vivida en su país― la sovietización de Latinoamérica y la politización filomarxista del clero, de religiosos y religiosas, sin poder dejar de mencionar las acciones geopolíticas tendientes a mantener la hegemonía norteamericana en la región.
Será con la llegada ―tal vez tardía― del Papa Francisco que se volvió a hablar con insistencia de una Iglesia pobre que opta por los pobres porque “Él [Dios] mismo se hizo pobre”; porque “Dios les otorga ‘su primera misericordia’”, por lo que “esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de todos los cristianos” y le lleva a confesar en su “Evangelii gaudium”: “quiero una Iglesia pobre para los pobres”.
Será con su llegada también que quienes habían sido descartados por el carácter liberador de su reflexión y de su praxis serán reivindicados e, incluso se les levantarán excomuniones…
Esa lista la encabeza, sin duda alguna, Monseñor Romero, cuya canonización se había retrasado demasiado, si no es que descartado ya, y con él, Miguel D’Escoto, Ernesto Cardenal y, por supuesto, Gustavo Gutiérrez a quien Francisco dirigió un breve mensaje fraterno y agradecido con ocasión de su fallecimiento: “hoy pienso a Gustavo… Gustavo Gutiérrez… un grande, un hombre de Iglesia que supo estar callado cuando tenía que estar callado, [que] supo sufrir cuando le tocó sufrir y supo llevar adelante tanto fruto apostólico y tanta teología rica”.
También en este caso ―como en el del P. Marcelo Pérez― es preciso osar ir “más adentro, a la espesura” e imaginar ―con la imaginación de la fe― a Jesús recibiendo a Gustavo, llamándole por su nombre y agradeciéndole el haber dedicado su vida y su obra a proclamar que el Reino es de los pobres y de quienes les acompañan hacia la saciedad de su hambre y sed de justicia y de Paz…