Casi niño trabajé para un periódico local. Ahí aprendí los rudimentos del lenguaje y conocí a un hombre que trabajaba duro y recibía muy buenas comisiones por venta y cobranza. Sábado y domingo se bebía todo en los bares citadinos. El lunes, con el cuerpo atropellado por el alcohol y los bolsillos vacíos, regresaba a trabajar impecable: rasurado, perfumado y con sus mejores trajes. “Nadie debe vernos de arriba abajo, sobre todo en estas condiciones”, aclaraba a los más jóvenes, “sólo uno debe saber que está jodido.” Siempre que las cosas andan mal, lo recuerdo con cariño, me perfumo y escojo la mejor ropa a la mano para enfrentar con dignidad el lunes. En esta anunciada crisis con el norteño vecino conviene seguir su consejo, en un largo lunes que durará cuatro años.