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El mensaje del Papa Francisco para México y para el mundo

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El Papa Francisco ha partido, pero deja un legado que puede ser útil para orientar el camino a una vida humanamente ejemplar. En 2016 la visita del Papa Francisco a México conmovió conciencias. Por lo menos eso es lo deseable. Se refirió a los grandes males que se registran en México y en el mundo. No solamente se ha referido a los problemas: también ha sugerido caminos que se deben transitar para resolverlos.

El mensaje del Pontífice no se debe frivolizar; tampoco caben fariseísmos. Es improcedente y del peor mal gusto el intento de retorcer las palabras del Papa, de un buen Papa que deja un vacío insondable. Por otra parte, se debe asumir la trascendencia de cada mensaje. De lo que se trata, sobre todo, es llamar a que se transite de las palabras a los hechos y que no se reduzcan las convicciones a un par de golpes de pecho.

No caben grotescas interpretaciones sino la comprensión de mensajes a partir de lo que el mismo Francisco ha manifestado en México y en otras regiones del mundo y a lo largo del tiempo. Mal hacen quienes intentan ocultar bajo la alfombra el mensaje del Vicario de Cristo, como no procede ocultar lo que claramente dijo el prelado.

En el Éxodo nos encontramos con un pasaje al que aludió el Papa Francisco en su mensaje a los obispos de México: «Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema (Ex. 3:3). Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí (Ex. 3:4) Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es (Ex. 3:5)» Aludiendo a ese pasaje, el Papa Francisco ha dicho por su parte: “Donde Dios habita, el hombre no puede acceder sin ser admitido y entra solamente «quitándose las sandalias» (cf. Ex 3, 5) para confesar la propia insuficiencia”. Creo que el mensaje es contundente y deja constancia de su fortaleza moral para actuar como un buen juez, como ese juez que por su casa empieza y que, además, ni siquiera aspira a juzgar a nadie, sino reconvenir, aconsejar, sugerir, con firmeza, pero con sentimiento paterno, fraterno. No podemos pedir fuera de casa lo que no hacemos en la nuestra.

Por eso, cuando el Papa Francisco se refirió a esa expresión de San Basilio, que alude al dinero como “el estiércol del diablo”, lo hace partiendo de reconocer que hay quienes indebidamente, y contrarios a los principios cristianos, se revuelcan de manera cotidiana en ese detritus al que se le rinde culto. Tras eso hace su llamado para que la riqueza de las naciones se asigne de manera más racional, más justa, sin la demencial conducta que tiene al mundo en los extremos de la riqueza y la pobreza. Riqueza de dinero contra pobreza material.

No se trata de asunto menor el de la desigualdad que subyace en la violencia social que cada día adquiere un matiz más y más peligroso. A esto se ha referido también el Papa Francisco: la sociedad no resultará viable si la desigualdad continúa creciendo. El abismo entre opulencia y pobreza cada día se hace más profundo. Ese abismo es inmoral, es impráctico, pues carece de sustento real, legal y lógico. Cualquiera se hace del derecho de hacerse de lo que desee si las leyes no dejan más salidas. De ahí que la violencia derivada del narcotráfico no sea criticable por razones éticas en el escenario de las grandes desigualdades. El narcotráfico, en el escenario de las desigualdades, viene siendo una simple empresa más. Sólo una más.

La inequidad es iniquidad. No hay duda que así resulta y que es fuente de graves amenazas. Por eso, el Papa Francisco fustiga parejo, con una misma vara, tanto a la desigualdad y la pobreza como al narcotráfico y la opulencia. Son ingredientes interrelacionados en una misma realidad: opulencia, pobreza, desigualdad, narcotráfico, violencia.

Quienes han seguido el mensaje que el Papa Francisco lleva a diferentes partes del mundo, saben que ha sido consecuente con lo que manifestó en México. Su Santidad no vino a inventar un discurso nuevo ni llega a inventar una nueva religión.

En su visita a México, el Papa habló de problemas que agobian al mundo. Propuso también rutas que se deben transitar para resolverlos: dialogo, acuerdos, voluntad para combatir grandes males. Conocemos por su nombre cada uno de los grandes males: la violencia, la pobreza, la iniquidad, y la desigualdad, la inmoral opulencia. Se ha referido a la execrable concentración de dinero en pocas manos y a lo que eso significa para la sociedad mexicana y para el mundo.

Causó enorme satisfacción escuchar cada uno de los mensajes del Francisco. En tributo profundo y trascendente, hizo alusiones a uno de los más grandes literatos de México: Octavio Paz. Primero parafraseó el contenido del “Laberinto de la soledad”. Luego, pronunció los versos de uno de los grandes poemas del poeta: Hermandad. Esta es la estrofa citada: “Soy hombre: duro poco y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben. / Sin entender comprendo: también soy escritura / y en este mismo instante alguien me deletrea”.

El mensaje gira en torno a un eje fundamental: la justicia que urge en la tierra, en el hogar de cada persona, en la necesidad de resolver grandes males que derivan de la desigualdad. Respetando formas de pensar, y todas las religiones o a quienes no la tienen, podríamos concebir las palabras del Papa Francisco como llamado de reconciliación, pero también a la sensibilización frente a los grandes problemas que agravian a millones de mexicanos.

Otro bardo, (este no citado papalmente, quizá por razones explicables, pero injustamente), Salvador Díaz Mirón, se refiere a las acechanzas de la desigualdad y la pobreza. Cabe citarlo: “Sabedlo, soberanos y vasallos, / próceres y mendigos: / nadie tendrá derecho a lo superfluo / mientras alguien carezca de lo estricto”. Es admonición implacable que se une a un llamado a la racionalidad. Una racionalidad que debe traducirse a los hechos, en una mejor vida para todos, para cada persona en el mundo.

Ha dicho el Papa Francisco que “El Protagonista de la historia de salvación es el mendigo”. La extrema opulencia ofende igual o más que tanta pobreza, pero sobre todo, es más subversiva que cualquier ideología extrema o que cualquier guerrilla en el mundo. No es la pobreza: ¡la opulencia es más peligrosa que Isis o que Al Qaeda!

No ha dejado lugar a dudas ni a falsas interpretaciones. El Papa siempre se mostró claro y sólidamente sustentado en la doctrina de la Iglesia. Hay quienes se atreven a dudar del compromiso del Papa con las tesis centrales de la Iglesia que preside: ¡no pueden estas más equivocados, pues sus tesis se ubican en el campo de la ortodoxia!

No ha dejado lugar a dudas y ha llamado a la congruencia. No se trata de darse golpes de pecho o rezar en el cruce de caminos para ser visto por todos. De lo que se trata es de pensar, decir y hacer de una misma forma: no pensar de una forma, decir de otra y hacer de otra forma más. El mensaje es claro y a la vez, magnánimo y franco. Es deseable que ese mensaje sea llevado al plano de lo cotidiano. Sin falsedad, sin simulaciones. No procede limpiar solamente por fuera la copa y el plato; no procede tampoco, comportarse como sepulcro blanqueado. La justicia es posible y el Papa Francisco vino a México a anunciarlo.

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