Por Javier Berecochea García

Sólo como un triste recuerdo quedó entre algunos vecinos de la ciudad aquel miércoles de Santos Reyes de 1886. La mañana era fría y no alcanzaban a comprender si “entumecía” más los huesos el viento helado o la noticia de la partida del ingeniero Pablo Ocampo Fuentes. En sus mentes, no podían borrar la imagen grabada de la familia del inspector de El Ferrocarril Central Línea Pacífico, que desde el carruaje agitaba sus manos en señal de despedida a las amistades que acudieron a desearle buen viaje. Por la cantidad de maletas colocadas en la cubierta de la diligencia podían entender que en ellas se iba la esperanza de tener el tren en un corto plazo.

Al convoy férreo ya no se le vio recorrer los 25 kilómetros del tramo estación Muelle de San Blas a la de Huaristemba. Los trabajos quedaron abandonados, esperando quizá una nueva oportunidad. La punta de vía no alcanzó a tocar al Matatipac. Con mezcla de envidia e ilusión los del Territorio recibían las noticias impresas en los tabloides del inicio de operaciones del ramal entre Irapuato y Guadalajara el 15 de abril de 1888, y de cuando al siguiente día el caballo de acero tocó los suburbios de la perla tapatía en el punto llamado Agua Azul, a la una y veinte minutos de la tarde.

Pasados 26 años, la sequía férrea terminó. Todo era distinto, el contento no permitía enfriar la piel: ¡Por fin llegaría el tren!, Tepic estaba engalanado, el año 12 del nuevo siglo, el siglo XX, había empezado bien. Tan sólo llegar al sitio designado como estación, visitantes y lugareños quedaban impresionados con el hermoso pabellón blanquecino de estilo morisco instalado para recibir a las distinguidas autoridades encargadas de dar solemnidad al protocolo inaugural. Centrada, en la parte superior de la edificación temporal lucía una enorme águila del Anáhuac con sus alas extendidas devorando la serpiente. La obra elaborada por manos artistas de la región especializadas en trabajos de papel maché motivaba a la presunción. Al pie de la ave real una gigantesca bandera tricolor colgaba en toda su extensión excitando a los concurrentes el patriotismo nacional.

¡Ah, qué fiestas tan espléndidas se vivieron durante esos cuatro días de enero celebrando la llegada del ferrocarril! Cartelones colocados con anticipación por toda la ciudad anunciaban el programa, que iniciaba ese sábado 20 con la asistencia por convocatoria de reunión en la Casa del Gobierno Territorial realizada por el jefe político general Martín Espinosa Segura a las autoridades civiles y militares, representantes de la banca y el comercio, para de ahí dirigirse en carruajes a la estación Aguirre de la hacienda de Puga a encontrar al vicepresidente José María Pino Suárez, al secretario de Comunicaciones Manuel Bonilla, quienes un día antes habían salido de la terminal rielera de Guaymas, lugar donde fueron despedidos por las autoridades porteñas con una salva de 19 cañonazos. La comitiva de trajeados con bombines abordó vehículos que enfilaron hacía el norte abandonando la ciudad por la calzada continua del puente de Puga. Pasado el mediodía el pitido de la locomotora, la algarabía y gritos de júbilo de los asistentes fue la señal para que el camarógrafo colocado en posición privilegiada sobre un pequeño templete empezara a filmar el momento histórico de la aparición del convoy ferroviario en el paradero tepiqueño, después de la bienvenida y salutación brindada por los miembros de Honorable Ayuntamiento y de la junta organizadora de los festejos. Pino Suárez declaró inaugurada la vía. Cerraron el acto las vibrantes y marciales notas del Himno Nacional Mexicano interpretadas por las bandas del 8º batallón y de la gendarmería del Territorio. En la noche, los festejos se trasladaron a la plaza principal que para la ocasión fue adornada e iluminada de manera profusa. En su kiosco la banda deleitaba. Al costado norte del céntrico rectángulo los adornados puestos albergaban la verbena popular y en una espaciosa carpa colocada frente a la negociación El Lazo Mercantil los amantes del baile ejecutaban sus mejores pasos. El éxtasis llegó con la quema de vistosos juegos pirotécnicos que al explotar iluminaban con luces multicolores el cielo del valle fértil que reflejadas en las cristalinas aguas del río de Tepic contribuían a la magnificencia del espectáculo.

El domingo 21 muy temprano los hermosos caballos cuarto de milla eran paseados por la pista del parque (hoy Juan Escutia), que muchos hipócritas ya se negaban a nombrarlo Porfirio Díaz y que tan sólo dos años atrás todavía se regodeaban al pronunciar al caudillo de La Noria y Tuxtepec. A las once horas se empezaron a escuchar las melodías en la Alameda interpretadas por la banda del 8º. Batallón y en el partidero los músicos de la gendarmería territorial tocaban los acordes alegrando a los emotivos espectadores reunidos para disfrutar las competencias de los ligeros y briosos corceles. En punto de la una de la tarde los empresarios de la Casa de Aguirre obsequiaron un grandioso banquete a los distinguidos visitantes, entre los que se incorporó el gobernador de Sinaloa, profesor José Rentería, tocando al licenciado Roberto Valadez hacer el ofrecimiento del ágape. En seguida Domingo Hormaechea, administrador de la empresa, dirigió un brindis expresando el deseo de acrecentar la confraternidad iberoamericana. Cerró Pino Suárez los halagos con un discurso de alto sentido político. A las cuatro de la tarde en el coso El Porvenir no cabía una alma más. La corrida en honor a la presencia de autoridades maderistas estuvo a la altura de los acontecimientos. El aliento de los asistentes se paralizó cuando por el tercer toro de la tarde el espada Tello fue cogido de forma aparatosa, pero sin graves consecuencias por fortuna. El día cerró con la verbena, baile y “cuetes”, unos retacados de pólvora que tronaban en las alturas y otros rebasados por el alcohol que escandalizaban en la plaza, mientras que a las nueve de la noche la selecta sociedad acudió a un suntuoso baile en el teatro de la ciudad, donde “a otro nivel” no se careció de la presencia de pirotecnia humana.

El lunes a las once de la mañana el circuito del parque se llenó de ciclistas de botas cortas y largos calcetines listos para dar lo máximo en la competencia, mientras que al centro del lugar los caballos competían de nuevo escuchando a la distancia la música de la Alameda. Entre las avenidas arboladas,  de cuatro a seis y media de la tarde se realizó un combate de flores, donde los carruajes mejor adornados fueron premiados. En la noche se repitió la música en la plaza, la verbena y el baile popular. El martes, de diez de la mañana a seis de la tarde en el chalet de la finca de campo Los Fresnos, de la familia Romano, se obsequió con un picnic por parte del jefe político Espinosa. Partieron los del centro del país a San Blas al siguiente día, miércoles 24, para abordar el buque de guerra General Guerrero que los llevaría a Mazatlán.

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