La cabellera, el gesto y la imagen de Trump son singulares, pero otras constantes de su personalidad las comparte con jefes estados nacionales y subnacionales, alcaldes y charalillos del poder a lo largo y ancho del mundo. Generalmente carismáticos, dicharacheros, mesiánicos, justicieros, populistas, héroes ante los villanos que nos han empobrecido o robado, sordos, nunca autocríticos, siempre culpando a otros y autoritarios, son idénticos con variantes regionales. Pocos son inmunes a sus encantos; así, se eligen por la vía democrática como remedio a todos los males. Nadie, por desgracia, escapa de los efectos de su evolución a dictadores planetarios, tropicales o simplemente bananeros. A partir de ayer viviremos la historia de cuatro años protagonizada por un lunático cuyas ocurrencias afectarán a seres de carne y hueso, a colectividades dispersas y a naciones enteras.