La pelea del Canelo Álvarez antenoche en Arabia Saudita fue un fiasco.
Resulta que el jalisciense quería pelear pero su oponente, no. El cubano William Scull salió a correr, a evitar el contacto durante un “combate” en el que se registró un número de golpes bajísimo. La especulación reinó en la arena de Riad. “It takes two to tango”, reza la frase.
El Canelo no buscó el nocaut y terminó ganando por decisión unánime. Su estrategia consistió en ganarle cada round al isleño.
Un sector del público árabe se sintió defraudado, mientras que millones en el resto del mundo se quedaron con un palmo de narices.
En 36 minutos, el pelirrojo se embolsó 100 millones de dólares. A su contrato con los árabes le restan otros 300.
Álvarez se convirtió en campeón absoluto de los pesos supermedianos al defender los títulos del Consejo, la Asociación y la Organización Mundial de boxeo, así como el de la Federación internacional.
Urge que el tapatío enfrente rivales más capaces y decididos, so pena de menoscabar su credibilidad.
El que no fue elusivo, sino todo lo contrario, es el periodista Joaquín López-Dóriga, que hizo una enérgica defensa de la tauromaquia durante la entrega de premios por parte de la Peña 432.
“Estamos en un momento crítico para el país. El diputado Jesús Sesma, que pertenece a un partido que quiso imponer la pena de muerte para delincuentes, pide que no se mate a los toros. No tiene nada que hacer. O sea, a los criminales hay que matarlos y a los toros, no. Hay que parar esa ofensiva.
“En un país donde hay más de 199 mil personas asesinadas, ¿lo grave son los toros, no las personas?, ¿no le gustaría más, señora Clara Brugada, una ciudad sin sangre?”, cuestionó López-Dóriga a la jefa de gobierno capitalino. Qué bueno que el periodista no niega la cruz de su parroquia, a diferencia de otros taurinos enteleridos que prefieren ya no pronunciarse a favor del arte del toreo.
Como hemos venido platicando en esta columna, el Congreso de la Ciudad de México aprobó el disparate, la ocurrencia de la “corrida sin sangre”, despropósito autoritario y liberticida que esperamos que no se llegue a concretar. Un animalismo ramplón y desinformado se impone al humanismo; enrevesada jerarquización de prioridades.
